Norman Cohn, como historiador culto de la primera mitad del siglo XX, estudió lenguas clásicas y lingüística, lo cual le abrió las puertas para enrolarse en el servicio secreto —la Intelligence Service—, y durante dos años debió interrogar a los líderes nazis de Austria que serían juzgados después de la Segunda Guerra Mundial en Nuremberg. Quizá los interrogatorios a los nazis lo animaron a publicar en 1957, en plena Guerra Fría, su más famoso libro: En pos del milenio, que trata sobre una de las fantasías más grandes de la Edad Media: las brujas y el milenarismo. 
En palabras de Cohn, “La esencia de esta fantasía era que existía en algún lugar de la sociedad, otra sociedad, pequeña y clandestina que no solo amenazaba la existencia de la macrosociedad, sino que, además, era adicta a prácticas abominables, en el sentido de algo que repudia la especie humana”. Como, por ejemplo, la locura en la cárcel La Modelo “de que las personas las cocinaban en las marmitas del rancho, unas ollas de vapor inmensas que hay para la preparación de las comidas, hasta que se deshicieran”, como confesó a la JEP el exdirector de la cárcel. O los repudiables hallazgos de 211 cuerpos del cementerio de Cúcuta que presentan “signos de violencia” como disparos y torturas.
En la Edad Media existió una fascinación por la locura, los locos, los epilépticos y los necios, quienes ejercían un poder ambiguo sobre la imaginación medieval, como odio y desagrado. Esto conducían a la violencia hacia las personas declaradas locas, quienes podían morir a garrotazos, como sucede hoy en la llamada “limpieza social”. Una persona psicótica alucinaba y “veía” el futuro, es decir, era un Iluminado que podía crear miedo, angustia y repulsión. Uno se podría imaginar pobres y aristócratas vagabundos predicando por los pueblos la llegada del Anticristo, el fin del milenio. La preocupación humanística trató de comprenderlos en obras como el Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam (1509), la Conjura de los necios de Thomas Murner (1512), la Nave de los locos (1494) y la Nave de los necios (1494) de Sebastián Brant.
Como si fuesen obispos de la Edad Media, en febrero, Biden llamó “loco HP” al jefe de Estado de Rusia, Vladímir Putin, y el pasado 8 de febrero, César Gaviria, director eterno del partido liberal, manifestó que el presidente Petro “no se está comportando como una persona cuerda, abogamos por su capacidad mental”.
Los titulares de la prensa europea muestran como el “loco HP” de Putin amenaza a la macrosociedad europea: “EE. UU. y la OTAN responden a la amenaza nuclear: si ocurre, destruiremos las tropas rusas”; “la OTAN no le teme a la amenaza nuclear rusa”; “el arsenal secreto del Kremlin pone a Europa en jaque”, “la bomba nuclear que Putin quiere lanzar al espacio”, “filtran ‘plan secreto’ de Putin contra OTAN”. Las ideas apocalípticas de una guerra nuclear se combinan perfectamente con la prédica sobre el calentamiento global y el fin del mundo. Son muchas las “señales”: los incendios forestales, el calor “raro” que está haciendo, la amenaza de la erupción del volcán, el Cielo que “extrañamente” se pone rojo.
El panorama internacional es de locos: veinte mil palestinos muertos y medio millón de palestinos que aún no han matado padecen de hambruna. 
La guerra de Ucrania con apoyo de la OTAN contra Rusia llega a su segundo año.  Van 75.000 muertos ucranianos, pero la promesa sangrienta es la de pelear hasta el último ucraniano. Para cumplir la promesa combaten sin nuevas armas y cada vez con menos jóvenes que reclutar. 
Al igual que en el cuadro del Bosco, La extracción de la locura, realizado entre 1475 y 1480, donde a un hombre se le extirpa de la cabeza una piedra para sacarle el Mal, a los líderes mundiales se les debería extraer también la piedra de la locura.