Colombia en particular, y todas las sociedades del mundo, requieren de la generación de una conciencia ambiental, esa que lleva al entendimiento del impacto del ser humano en el planeta, que asume el nivel de responsabilidad y la influencia que transforma el ambiente, la que señala a una sincronía planetaria; que tiene lugar cuando hay educación ambiental y se expresa en cuatro dimensiones que han sido propuestas por Corraliza, Martín, Moreno y Berenguer:
1. La dimensión cognitiva que abarca las ideas que vienen de la información sobre el ambiente en un sentido que trasciende lo conceptual, es decir, que apuntan a la comprensión de aspectos cotidianos. ¿Cómo? Haciendo todo aquello que induce a discutir ideas ecológicas como la forma correcta de cuidar las plantas, las mascotas, el agua, cómo sembrar y cultivar. También diseñando proyectos de aula relacionados con el reciclaje, uso de residuos y plásticos y reflexionando a través del arte ecológico sobre la destrucción del planeta. A esto, se le podrían agregar otras acciones lúdicas que tengan que ver con la creación de objetos útiles a partir de material reutilizable.
2. La dimensión afectiva, trata de posibilitar una nueva percepción del entorno en la que se evidencien creencias y sentimientos en esta materia mediante el diálogo emocional. ¿Cómo? En el contacto con la naturaleza, es importante generar una relación con las plantas, los animales y con los hábitats naturales, así como escribir diarios o hacer portafolios que den cuenta de esas experiencias en un sentido emotivo. Es importante conectar con la lluvia, el viento, las piedras, la hierba y la noche para hablar del significado que tiene aquello en la generación de conductas.
3. La dimensión conativa integra actitudes frente a problemáticas ambientales concretas; de este modo es necesario formar criterio que promueva la participación en actividades, estrategias e iniciativas ecológicas. ¿Cómo? Adoptando nuevos intereses en pos de mejorar una situación problemática. Esto tendría en cuenta la afinidad de las personas por determinados aspectos como el cuidado de los peces, de los árboles, de las aves o de los espacios comunes. Sin imposiciones, hay que descubrir aquellas motivaciones que nos embarcan en algunas empresas: la reforestación, el control ambiental, conservación animal, turismo ecológico, arte para la sostenibilidad, entre otros. La consigna es que todos podemos desarrollar una actitud proambiental, lo único que hace falta es descubrir nuestros intereses al respecto.
4. La dimensión activa, implica la realización de actividades protectoras del ambiente, son prácticas ecológicas responsables que se vuelven hábitos personales y acciones colectivas. Se logra en la manifestación de conductas ecológicas ¿cómo? procurando la evitación de desperdicios alimentarios y de los servicios públicos, el consumo responsable de bienes para evitar el derroche de materia prima y la ilegalidad, y la participación en iniciativas que recauden fondos para causas ambientales. En perspectiva de acciones colectivas, también podemos tener en cuenta la participación en comités de gobernabilidad para reducir el impacto de la contaminación, la actividad en grupos ambientalistas, el involucrarnos en veedurías ciudadanas en pro del territorio, o la contribución en la gestión de los mecanismos de participación ciudadana.
Si revisamos con detenimiento, no puede haber conciencia ambiental sin formación ecológica cuando lo que se espera de nosotros es mayor responsabilidad respecto a nuestras prácticas cotidianas, por eso las cuatro dimensiones reseñadas son un marco de trabajo de respeto por el ambiente, desde donde podemos reaccionar tras la reflexión profunda para proponer cambios en la forma de hacer las cosas. Como lo expresó Gandhi “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo” y podemos empezar por tomarnos con mayor interés el propósito de la conciencia ambiental.