En los iniciales enfoques de esta nueva columna, se procurará realzar la apremiante necesidad de rehabilitar la ética, en el permanente contacto entre los seres humanos, para amoldarnos a patrones probos de convivencia, que coadyuven a integrarnos y a desempeñarnos pacífica y solidariamente.
 Sin ética no se puede coexistir y debe reasumirse, como el conjunto de parámetros que regulan el comportamiento humano en su proyección social, tanto entre las personas en general como entre ellas y la administración oficial, para que se logre compatibilizar hacia el bien y todo opere dentro del respeto común, actuando correctamente y prevaleciendo el interés general.
 Ello conducirá a que el comportamiento ético, aunque imponga restricciones en los actos propios para no afectar a los demás, mutuamente conlleve beneficios en las relaciones sociales, por el trato comedido y honesto que se va a recibir recíprocamente, lo cual acarreará propagación y generalización paulatina, positiva para todos.
 Los resultados serán provechosos. Recuérdese que Manuel Villoria Mendieta definió la ética pública como un hacer colectivo, proceso en el que la comunidad y los individuos van generando aquellas pautas de conducta y aquel carácter, que permite un mejor desarrollo de la convivencia y una mayor expansión de la autonomía y la libertad del ser humano.
 Adela Cortina, filósofa valenciana nacida en 1947, autora de varios libros sobre ética y temas afines, que acuñó el término aporofobia en alusión al rechazo que extrañamente suscitan las personas pobres, expone que ética es la disciplina del conocimiento que estudia las actitudes y costumbres del ser humano y las clasifica en virtudes y vicios, en acciones debidas e indebidas, convenientes y nocivas, con el fin de formar el carácter de los hombres, resaltando aquellos hábitos dignos de imitar.
 En su obra La ética como moral, asevera que la ética forja el carácter, con la significación de que los seres humanos llegan con un temperamento innato, con un conjunto de sentimientos que no han elegido y resulta difícil modificar, pero que a lo largo de la vida es posible ir adquiriendo un nuevo carácter.
 En otro libro, Ética de la empresa, expresa Adela Cortina que el capitalismo parece no soportar la moral, a no ser al estilo maquiavélico, es decir, para servirse de ella y utilizarla para sus propios fines, porque el móvil fundamental consiste en la obtención de la mayor ganancia posible y además presupone una visión del hombre como “homo oeconomicus”, que en el fondo instaura el egoísmo como base antropológica y moral del sistema.
 Observa Adela Cortina que las concepciones éticas que nos han acompañado, han variado considerablemente y en la actualidad van desde las que añoran la inicial ética puritana de los orígenes del capitalismo, pasando por aquéllas que lo defienden basándose en el derecho natural y las que siguen ligadas a alguna forma de utilitarismo, hasta las nuevas éticas de la justicia económica.
 Nicolás Sarkozy manifestó en su célebre discurso de Bercy, pronunciado el 29 de abril de 2007, poco antes de posesionarse como presidente de Francia, que, como herencia de mayo de 1968, se introdujo el cinismo en la sociedad y en la política, promoviéndose la deriva del capitalismo financiero, con el culto del beneficio a corto plazo, de la especulación y del dinero como rey.
 Agregó Sarkozy que el subsecuente cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales, contribuyó a debilitar la rectitud y preparó el terreno para el capitalismo sin escrúpulos, para esos abusos de ciertos empresarios, con el triunfo del depredador sobre el emprendedor y del especulador sobre el trabajador.
 En posteriores artículos, Nilson Elías Pinilla, abogado egresado de la Universidad Javeriana, especializado en ciencias penales de la Universidad Nacional y M Phil de la Universidad de Cambridge, ex funcionario del Banco de la República y ex presidente de la Corte Suprema de Justicia y de la Corte Constitucional, tratará de insistir en el primordial resurgimiento de la ética.