Que se juega mal, no hay discusión, que se carece de una nómina competitiva, también, que la campaña es un desastre, miren los números, y que culpables son todos, por supuesto, pero es la misma historia de siempre, desde hace cinco años, sin que se planteen mejoras.

En ese lapso cambiaron entrenadores y plantel, menos presidente. Total, el diagnostico indica "tumor maligno" en la cabeza, con un hombre sin historia en el fútbol, utilitarista, arrogante, dictatorial, sin relaciones con el medio, que detesta a los periodistas, y reniega de la ciudad.

Desde técnicos principiantes, Bodhert –sin méritos– Corredor –lleno de teoría, fiasco en la práctica– hasta mercaderes como Lara, y experimentados, con títulos y trayectoria como Sarmiento, han desfilado sin logros, y esa lista aumentará hasta que haya un verdadero proyecto.

Igual con los futbolistas, incluyendo en contadas ocasiones nombres de prestigio, con pasado, sin presente, con resultados idénticos: eliminación prematura. Ni la escogencia, ni el proceso de selección obedecen a políticas acertadas a partir de una dirección con objetivos.

Como una cadena, si el eslabón pegado a la viga está flojo, las demás partes ceden, siendo esa argolla que asegura estructuras la causante del desfondamiento frente a la pasividad de una hinchada que mansamente acude cada semestre con esa ilusión que nace del corazón.

Total, la raíz del problema está detectada, y es difícil extirparla por su condición de accionista, abriendo un panorama pesimista, cargado de escepticismo porque las causas y los efectos de sus decisiones al formar grupos de escaso poderío apuntan a desinterés, intensión velada, o ignorancia.

La nómina actual peca por calidad, descollan el portero Chaux y Dayro goleador. Los demás son discretos, los mal llamados refuerzos no funcionan, ni los creativos, ni los extremos, y algunos veteranos ya ganaron puesto en la suplencia, Correa, Marlon, Lemos y Miranda.

Hubo una acción increíble al borde del área chica en el empate con Jaguares. Un balón suelto en busca de rematadores, y se pifiaron Mejía, Mera, Arce, y otros cuando intentaron pegarle –cual chicos de escuela– en algo risible, ridículo, e inaceptable, que devalúa su peso como profesionales, o los retrata, uno no sabe.

La seguidilla de siete juegos sin triunfos es reflejo del Once Caldas de ahora que, además, cuenta con una suerte maldita. En Tunja, seis oportunidades, dos en los palos, y en un contraataque perdió. Esta vez, Mera la estrelló contra el horizontal, cuando era más fácil meterla.

Es como si la energía negativa que emana desde el tercer piso del Palogrande, y que pasa por las tribunas hasta llegar a la cancha, le extendiera factura, no porque esté jugando bien, no lo hace, sino por esos hechos reiterativos en los que tampoco la fortuna lo está acompañando.

Las cifras supondrían la salida del entrenador, dándole gusto a la platea para apaciguar los ánimos y calmar el colectivo, lo que no solucionaría absolutamente nada, en tanto que la dirigencia sentiría menos acorralamiento, y aprovecharía para repetir procedimientos. Complicado mañana, mientras las deficiencias de sus rivales le ayudan a salvar la categoría, con pocas esperanzas en manos de quien está, pues se requieren medidas que impacten, tanto en la mentalidad de los dueños, como en la consecución de verdaderos refuerzos.

Los grandes equipos se arman con jugadores de categoría, plan nunca manifestado por este Once Caldas montado como negocio, y con esa duda que siempre martillará acerca del propósito de llevarlo a la B. Un cambio de presidente sería el principio de la transformación, y una inmensa bendición de Dios.

Hasta la próxima...