Cuando leí por primera vez ‘Ensayo sobre la ceguera’ (Saramago, 1995), no me imaginé que un día podríamos llegar a este estado de ceguera, de falta de humanidad, como describe el premio Nobel en su libro.
Un hombre se queda ciego de repente en un semáforo y empieza a ver todo blanco; alguien se ofrece a llevarlo a su casa. La esposa decide llevarlo a un especialista, pero no encuentra el coche que se lo ha llevado la persona que trajo al ciego. Al examinarlo, el oftalmólogo no puede descubrir la causa de la ceguera y piensa que es necesario investigar más; pero, al llegar a su casa se queda ciego. También los pacientes que coincidieron en la sala de espera con el ciego, pierden la vista ese día. La epidemia se empieza a extender y los primeros ciegos son llevados a un hospital psiquiátrico para guardar cuarentena. La esposa del oftalmólogo, que no ha perdido la vista, finge estar ciega para acompañar a su esposo. El virus de la ceguera se contagia rápidamente en la población, por lo que cada día llegan más y más personas al hospital, que está vigilado por soldados que tienen la orden de disparar a quien intente salir o acercarse a éste. La comida es cada vez más escasa y algunos internos tratan de sacar provecho de la situación, vendiendo comida a cambio de objetos y del cuerpo de las mujeres que son violadas. El caos se apodera de todo el hospital (...). “Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales”, es una frase que repite la mujer del médico a sus compañeros de pabellón.
No sé si suene exagerado, pero parece que hoy también somos testigos de esta gran epidemia de ceguera, en la que, aunque tengamos intacta la vista, no somos capaces de ver más allá de nuestros propios intereses personales, nos aproximamos al otro sin detenernos a mirar ¿qué es eso que él ve y yo no veo? Cada uno se para en su sitio y trata de imponer su verdad, sin permitirse salir de su burbuja para experimentar lo que sucede fuera de sus cuatro paredes.
Un indicador que hace visible esta ceguera que hoy tenemos como personas, como sociedad y como humanidad, se refleja en el resultado del Índice de Democracia, entregado el 15 de febrero por la revista The Economist, el cual muestra que, menos del 8% de la población mundial vive en democracias plenas y el 39,4% está bajo gobiernos autoritarios, lo que representa un deterioro con relación al resultado de 2022, cuando estaba en 36,9%. Las mayores caídas en el índice están en América Latina y el Caribe, Medio Oriente y norte de África. El crimen y la violencia de América Latina y el Caribe están entre las preocupaciones más grandes del mundo; 3 de los 10 países más peligrosos del mundo están en la región: México en tercer lugar, Brasil en sexto, y Colombia en décimo.
¿Qué hay detrás de esto? Podría ser un virus como el que relata Saramago, cuyo origen está en un ego inmenso que nubla la vista y no permite ver lo que pasa alrededor. Salir del ego, pasar del yo al nosotros, reconocer que el individualismo y el autoritarismo no son una opción, requiere, como plantea el profesor Otto Scharmer (Presencing Institute MIT) iluminar el punto ciego que todos tenemos. Vivimos encerrados en nuestros propios pensamientos y creencias, que son como una prisión en la cual no vemos lo que pasa afuera. Necesitamos abrir la mente, esto es, suspender nuestros juicios para aproximarnos con curiosidad a lo distinto; abrir el corazón para reconocer nuestra propia vulnerabilidad y, desde ahí, ir al territorio del otro para reconocer su sufrimiento y ser compasivos, con nosotros y con los otros; abrir la voluntad -voz interior- para tener el coraje de dejar ir lo viejo y abrirnos a lo nuevo que aparece en medio del caos y la incertidumbre.
La incapacidad de mirar nuestro punto ciego personal nos está llevando a una ceguera colectiva que impide encontrar formas de construir juntos un mundo con más esperanza y posibilidades. Lo invito a revisar ¿cuál es su punto ciego? ¿Qué es eso que hoy lo pone a pelear con usted, con las personas cercanas, con el mundo? Qué pasaría si, en cambio de seguir peleando o tratando de imponer su punto de vista, se diera permiso de abrir su mente, su corazón y su voluntad (voz interior).