La sonrisa, como la paloma, no obstante sus ambivalencias ha gozado y goza en la literatura, en la historia y en la creencia del común de la gente, de mucho aprecio. Inmerecido y casi que inexpugnable. Sin embargo, la sonrisa, a diferencia de la risa -que siempre lo es- puede no ser franca. Tan bella como letal; tan amigable como pérfida; tan desvalida como azarosa; tan amorosa como insensible.
Se asegura que en el proceso evolutivo, el recién nacido sonríe para demostrarle su afecto a sus padres; pero también lo hace, con fingimiento ante un desconocido, para protegerse y ganar su aprecio. O sea que desde los primeros meses los humanos simulamos y disimulamos, y la sonrisa sería, para ello, antes que el lenguaje, nuestra primera bandera y escudo. Después vendrán en los adultos las sonrisas ambivalentes y aun las falsas sonrisas configuradas por ciertos cirujanos faciales.
En sus aspectos positivos, la sonrisa es susceptible de una sincera apología. Apenas un reflejo diplomático y sereno; demostración de una leve, distante y respetuosa inclinación; inteligente muestra de placidez, de descanso, de pequeño pero natural esfuerzo; requerimiento de amistad y comprensión; palpitación externa de alguien que comprende. Sinónimo de reflexión, una metafísica del gesto. Tiene la virtud de lo silencioso: si la risa se escucha, la buena sonrisa será música para los ojos.
Sin embargo, también multivaga y polifacial sonrisa, que puede ser todo lo contrario a lo anterior, eso sí, guardando todas esas apariencias. Peligrosísima podría serlo.
Los poderosos poco ríen, aunque sí sonríen. Saben que con la risa pueden dejar al descubierto su faceta humana. Su risa será un lujo que los acercará a sus súbditos, los disminuirá de su pedestal y los mostrará como vulnerables. Eso sí, podrán sonreír, y con un cierto parecido a como el sádico verdugo levanta el hacha contra su inerme víctima condenada a muerte. Así sonríen los poderosos cuando piensan en los golpes que van a asestar en contra de sus adversarios. Stalin, por ejemplo, sonreía muy a menudo; y muy a menudo, condenaba a muerte o al destierro a Siberia a muchos -por millones- de sus compatriotas.
No solo los poderosos sonríen peligrosamente. Con maestría lo escribió Alfonso Reyes, en “El Suicida”, por allá en 1917: “El hombre sonríe: brota la conciencia… Sonríe por segunda vez. Protesta… Mientras no se dude del amo no sucede nada. Cuando el esclavo sonríe comienza el duelo de la historia”.
La sonrisa puede hacer más valedero lo de Shakespeare en Macbeth “Tu rostro… es un libro donde los hombres pueden leer cosas extrañas.”
La diferencia  entre risa y sonrisa no es cuantitativa o de número de músculos sino cualitativa. Esencial.
La risa es fuerte, elemental, sincera. Habla directo. Su expresión más abierta es la carcajada. La sonrisa es sutil, discreta, reservada y su elemento sustancial y misterioso es el mutismo. La risa es producto y solo producto del humor; y se comparte; y se asiente. Por ello, el valioso ensayo que sobre la risa escribió Henri Bergson lo tituló: “La Risa: Ensayo sobre la significación de lo cómico”. En cambio, la sonrisa es individual, no se puede compartir, y ante lo cómico, quien sonríe lo hace es porque en el fondo desprecia. La risa es impulsiva, primaria, sin esguinces, se abre. La sonrisa es contenida, reflexiva, prudente, reservada. La risa es social, mientras que la sonrisa lo es individual.
Entre la risa y la sonrisa se encuentra la risita. Que se sabe fingida, que siempre exaspera y que no es ni esta ni aquella. Y que sirve para ratificar que la diferencia entre ambas es intrínseca, vital. Porque para que la sonrisa derive en risa se requiere un primordial cambio de tercio. Así, lo de Juan Ramón Jiménez en el soneto “Retorno Fugaz” es solo una licencia poética, algo imposible, cuando se queja: “como sonrisa que se pierde en risa”.
Multivaga, de discordantes facetas, la enmarca bien Vitaliano Brancati cuando la rodea con adjetivos muy verdaderos y al mismo tiempo muy contrarios: “Va vestida de luz, sonrisa tímida, maligna y suplicante”. Ajá: o sea, sonrisa ingenua o sonrisa mefistofélica. Conclusión: mientras, como dijo el sabio popular, la risa es para reírla, afirmo yo que la sonrisa es algo muy serio.
Sin embargo, sea esta, sonrisa de hechicería o amorosa sonrisa, así prefiero -bálsamo de luz para mi corazón doliente-, así prefiero tatuarme en él la sonrisa de aquella bella mujer que me dice… pero… pero… ¿qué me dice su sonrisa?