Alegría. Júbilo. Hosanna. Ese 19 de junio. Y luego ese 7 de agosto de 2022, en la “Plaza de Bolívar” de Bogotá, así, la multitud de partidarios que la colmaba rezumaba eso que se llama esperanza; esperanza como una bendición que se da a los justos que en alguien confían. Era lo que la biblia y los evangelios refieren con la palabra “Aleluya”. Ahí recordé a Fulgencio Arguelles, suave sicólogo autor de suaves libros, entre ellos “Letanías de Lluvia”. Y la frase: “Tomás llevaba aún la carta en las manos y un aleluya en los ojos”.
Ese era, para los circunstantes allí, Gustavo Petro.
La lluvia, que en la simbología bíblica representa la fertilidad y la purificación, también puede significar preludios de tempestad y de muerte. Nos estamos situando hoy, en Colombia, en este último símbolo. Los colombianos nos sentimos camino hacia el abismo con el gobierno del presidente Petro. Este, consciente o inconsciente o incapaz -lo que no sabe o lo que no le importa-, sobre tan delicadas circunstancias.
En un principio pensé que, no obstante las reformas tan peligrosas del gobierno, en Colombia podría ocurrir como en el Perú, en donde el sector privado ha aguantado todas las crisis políticas, y ha continuado trabajando, con empleo, producción, exportaciones, y por ello esa economía ha sobrevivido, con una tranquila resistencia y aceptable progreso, por sobre esas problemáticas políticas.
Pero, si se lo medita bien, aquí estamos viviendo unas circunstancias diferentes. Y es la crisis especial de la seguridad.
En primer lugar, en el Perú la delincuencia no ha significado un peligro para la institucionalidad. En Colombia sí. En segundo lugar, aquí tenemos muchos más tipos de delincuencia organizada. En tercer lugar, aquí el narcotráfico alimenta muchas delincuencias,  algunas de las cuales dicen tener una finalidad política. Y la peor diferencia, es que allá no ha diseñado el gobierno nunca una política de “paz total”, como la de Petro, y la cual  amenaza el permitirles a tantos delincuentes y violentos envolvernos por los cuatro costados. Esa “paz total” arrasará con la economía del país.
La forma de gobernar de Petro convertirá a Colombia en un Estado fallido.
Si, de acuerdo con el criterio del presidente, hay que ser laxos con los delincuentes de toda laya, conversar y conversar con ellos mientras ellos se fortalecen y aumentan su poderío y peligrosidad, pienso que para nuestro mal llegará, más pronto que tarde, el momento en que muchos colombianos se armen, circunstancia que no se sabe a dónde nos conducirá, porque las armas, en poder de los humanos, tienden a ser utilizadas.
Y el paramilitarismo. Ojo, mucho ojo, la peor amenaza, para todos, y Dios nos asista, será la del posible retorno del crimen más organizado con el nombre del paramilitarismo. Petro, equivocado, abandonando toda política de seguridad, estaría convocando a que se organicen las mal llamadas autodefensas, proliferando, y más tarde creciendo ellas en narcotráfico. Y en su perversión sangrienta también.
La historia no se repite pero ciertos dirigentes sí la reciclan. Lo está haciendo Petro con todos los violentos de uno y otro lado. Reciclar, dice el Diccionario Oxford, es “someter materiales usados o desperdicios a un proceso de transformación o aprovechamiento para que puedan ser utilizados nuevamente.”
La salida es una de estas dos: o Petro cambia o Petro renuncia.
Difícil que cambie. Cuestión de personalidad. El tema me recuerda el libro de Isaiah Berlín, que desarrolla la frase del poeta griego antiguo, Arquíloco de Paros: “el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo una sola y en profundidad”. Cada político, dice, pertenece a una o a otra categoría. El zorro dialoga, busca consensos, estudia alternativas, trata de entender a los demás. El erizo todo lo contrario: se aísla y se entrampa en su grandiosa idea. Llamémosla ideología, en este caso es la de una izquierda como la que practica Petro, la cual guía su accionar incluso en contra del sentido común.
Es la referencia de John L. Gaddis, en “La Gran Estrategia”: “El sentido común es como el oxígeno: cuanto más asciendes, más se diluye… El poder abre la puerta a cometer grandes idioteces.” Y, para la “paz total”, ajusto esto: “estrategias que ganan en estupidez conforme se hacen grandiosas”. Y así tenemos aquí líderes que quedan “prisioneros de su propia preeminencia al encasillarse en papeles de los que ya no pueden librarse”.
Soy pesimista. Difícil que Petro cambie y gire hacia un gobierno que se apropie en serio del problema de la inseguridad. Sería como renunciar a su identidad. Además, el presidente no ejerce la autocrítica, no acepta sus errores, no endereza su comportamiento. Enconchado como el erizo, Petro parece tener la convicción que la guerrilla se justifica; y que los guerrilleros son tan buenos que se conmueven mediante el trato generoso y suave. También cree que se comportan igual los delincuentes organizados. Y los justifica. Los narcotraficantes incluidos. Y no le importa que se expandan. Todos.
Estamos caminando hacia un Estado fallido, lo repito: hacia el abismo. Y como el presidente no va a cambiar, entonces nos queda como único camino el pedirle, como inermes ciudadanos, cual clamor nacional y dentro de la legalidad, el pedirle a un Petro desbordado que renuncie. Y a su vicepresidente, a la señora Francia Márquez también, porque participa ella de todas esas circunstancias agravantes de nuestra situación. Le correspondería entonces al Congreso elegir  un nuevo vicepresidente, para que asuma las funciones del presidente
Cada día que pase, para  peor. Y más cerca de la catástrofe. Hay que organizar un movimiento pacífico, respetuoso de la Constitución, para conseguir esa renuncia