Afirmo que ni el presidente Petro ni sus dirigentes nacionales, tienen una lectura correcta de lo que es el pulso actual del país. Tampoco han interpretado de manera realista lo que significó su triunfo en las elecciones presidenciales.
Se complacen ellos con la afirmación según la  cual se está cumpliendo con lo contenido en el programa de gobierno. Sin embargo, a tal aseveración, que puede ser cierta, es necesario hacerle varias aclaraciones, pues su implementación, aunque parezca paradójico, tal como se está desarrollando más tiene de problemático que de complacencia ante la ciudadanía.
Hay variadas  razones para sustentar lo anterior.
Los programas de gobierno contienen las distintas propuestas sobre los diferentes asuntos de interés nacional. Pero es imposible que cada una de ellas vaya acompañada de los detalles de su implementación. Aquí, en estos, puede darse un alejamiento de aquello que quisieran los respectivos  votantes. Un caso ejemplar y reciente es el del Brexit. Mediante referendo aprobado, se decidió que Inglaterra abandonaría la Unión Europea; sin embargo, los desacuerdos se dieron después sobre la forma de cómo se debería implementarse dicho retiro.
Los ofrecimientos de las campañas son como aquellos antiguos discos de larga duración; o como los más recientes pero también archivados CDs, los que, conteniendo 12 o hasta 24 canciones, había que comprarlos, aunque al interesado le placiesen solo dos o tres de ellas. Así, parecido, se vota por un candidato y su programa, en bloque, así no gusten y se respalden algunas de sus propuestas.
En el plan de reformar tanto, y con esos discutibles contenidos de las reformas, para auscultar bien el sentir de los colombianos, les vendría bien, al Presidente y a su estado mayor, en acudir a Ortega y Gasset, quien, refiriéndose a los revolucionarios y reformadores radicales, distinguía entre usos y abusos. La revolución, según el pensador español, busca erradicar y sustituir los usos, o sea la organización política y económica, desde sus bases, mientras que los abusos, por los cuales la gente pide a veces el cambio, se pueden solucionar con un nuevo y bienintencionado gobierno.
Un caso concreto, y lo baso en las encuestas. Cuando se votó por Petro, lo más posible es que no estaba en la mente de la mayoría de sus adherentes acabar con el sistema de salud y remplazarlo por otro muy diferente, estatizante y fracasado. Mejorarlo sí, solucionar sus posibles errores, abusos y pecados, sí. Asunto muy diferente. Igual en el tema de las pensiones.
También el mismo Ortega y Gasset distinguió entre ideas y creencias. A las primeras las llamó, con buen tino, ocurrencias (en este sentido el presidente maneja muchas). Las creencias, en cambio, son anclajes profundos -y casi que en el subconsciente- de valores y fundamentos. Se sedimentan con el tiempo y sirven para tomar actitudes en la vida y posiciones en lo político.
La paz total, con sus aledañas ocurrencias aéreas; con la seguridad ciudadana dependiente de tratar con ternura y con el diálogo “sincero” a cuanto malandrín total ande por ahí, asesinando o narcotraficando, puede ser, esa paz total, una idea-ocurrencia, pero es muy posible que deje perplejas, y quizás ofenda, a las creencias de la mayoría de los colombianos y de las colombianas.
Lee mal el presidente lo que le sirvió para triunfar en las elecciones. Si al opositor se le aplaude por lo de frentero y peleonero, por lo de camorrista e inclusive exagerado, al primer magistrado en funciones se le exige mesura y rigurosidad, elevación y compostura.
Los oigo, a los amigos del presidente, muy orondos, oreándole ante la opinión sus mayorías democráticas, para justificarlo todo. Válido el número, pero Petro solo obtuvo el 50.44% de los votos en la segunda vuelta. Triunfo legal pero también relativo. Y esas cifras no permiten presumir tanto.
Me da la impresión de que tampoco tienen en la Casa de Nariño una lectura adecuada de lo que es la democracia. Una de sus ventajas y virtudes, es que no concluye ni termina ella con las respectivas elecciones. La democracia exige algo más permanente. Por ello el gobernante tendrá que mantener el oído atento a los requerimientos de la sociedad y a las posiciones de esta sobre los temas de interés nacional. Incluso para corregir  su rumbo programático. Petro convoca a la plaza dizque para escuchar; y llega tarde, cuando llega; y solo discursea; y solo habla él; solamente.
Pablo Rolando Arango cita a Germán Espinosa, quien refiriéndose a la furia escribidora de Henry Miller, aseveró que este pretendía “fatigar a la posteridad”. Con eso de lanzarle al Congreso un “costalado” de reformas, parece que le interesara a su impulsor presidencial, Gustavo Petro, más el número que la calidad. Y ello solo con el fin de “fatigar a la posteridad.” “Descrestar” es el vocablo adecuado, menos literario pero más nacional.
Por el momento, con tanta reforma apresurada, nos tienen extenuados y confundidos  a nosotros, sus contemporáneos. Ninguna de ellas conseguirá agobiar o descrestar a los historiadores del futuro. Aunque, pensándolo mejor, tal vez la que sí logrará ese cometido será la iniciativa presidencial de reformar la letra del Himno Nacional.