Admirador como soy, y deudor agradecido también, de la Vaca (con mayúscula). Las delicias de su leche desde muy niño se integraron a mis huesos y a mi temperamento y personalidad. Progenitora de verdad alimentaria y sustituta, somera de luz, y paciente, inocente nodriza, maternal desde siempre, generosa de ubres. “Gigante gentil”, su placidez y tranquilidad nos enseña el valor de la madurez. “Una vaca, en el sosiego del crepúsculo, rumia”.  Imagen de la felicidad, ellas lo son  por su falta total de agresividad. Sin alardes, la Vaca ha sido el  animal más contributivo a nuestro bienestar. Uno de los cuentos de “Las  Mil y una Noches” refiere que al ser informados de la creación del hombre, de pavor temblaron no solo los animales sino la tierra misma. La Vaca, feliz antes, debió sentirlo así. Todo por nuestro egocentrismo, dos de cuyas facetas son la ingratitud y la incapacidad de reconocer los sentimientos de los otros. Animales y plantas incluidos. 

En la década de los 70, Peter Singer en “Liberación Animal“, describió el sufrimiento de muchos animales de producción y servicio para la economía humana. Ergo: si sufren es porque sienten dolor, físico y sicológico. Separada de su ternero, si la sueltan,  sale la Vaca  en cualquier dirección a buscarlo. Y sus mugidos son  clamores de dolor al aire, buscando  que su criatura lejana responda  al llamado de su desconsolada madre. Hace cincuenta años, Dennis Bardens, en el libro “Los  Poderes Secretos de los animales”, escribió: “existe un elemento místico en el estrecho vínculo entre animales y humanos”. Hoy la comprensión del servicio sicológico de las mascotas, avala la anterior afirmación. Ahora, sostener a continuación  que las plantas también sienten, será más arriesgado. Veamos unas autoridades.

Muy celebrado el libro “La vida Secreta de los Árboles”, de Peter Wohlleben. Después de años de observar  casos concretos, concluyó: “árboles aman y cuidan a sus hijos y a sus viejos y enfermos vecinos, árboles sensibles, con emociones, con recuerdos… que los árboles sienten dolor, que tienen memoria y que los árboles progenitores cuidan de sus retoños”. Paco Calvo, su más reciente libro lo tituló, diciente, “Planta Sapiens. Descubre la inteligencia secreta de las plantas” (Ed. Planeta. 2023). Allí trae muchos experimentos. Uno con la muy delicada planta “Mimosa”. En estado normal, cuando alguien se le acerca demasiado, se repliega en actitud defensiva. De ahí su nombre. Si se le inyecta anestesia, procede como los humanos, pues mientras dura su efecto suspende su conciencia, y no se muestra retrechera y muy mimosa.

La aspirina se obtiene  del sauce, árbol que tiene química con nosotros, y con nuestro dolor físico. ¿Habra alguien más humano, cuidador y maternal que el sauce? Lovelock emitió hace más de 50 años la “hipótesis gaia”: la tierra misma se autorregula. Es cierto. Como la vida, en general. A su manera, está viva; y además produjo aquí la vida, la vegetal y la animal. Cuando tengamos claro todo esto, pasaremos del egocentrismo al ecocentrismo. O sea, este, la ética del respeto a todo -todo- lo que nos rodea. Porque siente. 

La Vaca. Leche, cuero, carne y más carne con sus terneros. Combustible, su boñiga “arde con una llama limpia, lenta, de larga duración.” Con agua en el piso se endurece como unas baldosas; vivienda con paredes es el bahareque. Lácteos, mantequilla, queso. Fertilizante y como antiséptico funcionan su boñiga y su orina. La Vaca, un significativo amparo de los pobres y desheredados en la India. Justicia en primer lugar para la Vaca, a la que, con gran sentido humano en la India, ya vieja ella, la respetan, y la jubilan, con gratitud y amor, por los servicios prestados. Y se abstienen de pasarla a la reserva definitiva.