No, no se trata de una pesadilla, pero cuando pienso en cómo nos están gobernando, me siento como si estuviera en un automóvil conducido por un borracho, del cual advierto que acelera o frena sin sentido, que se pasa algunos semáforos en rojo, que desdeña las leyes del tránsito, que puede estrellarnos en cualquier momento. Y que a veces –espeluznante situación- parece que se ausentara del timón. ¿Sabrá él, acaso, hacia donde nos conduce?
Da la impresión de que lo que más le importa es ejercer el poder en sí y adueñarse y permanecer al frente del volante, alardeándoles a los transeúntes, a gran velocidad y con la ventanilla abierta, con voces airadas y con discursos poco coherentes. Y los más de ellos amenazantes.
Actitudes que me recuerdan “El Perseguidor”, celebrado cuento de Julio Cortázar, en el cual Johnny, su protagonista, virtuoso del saxofón, lo es en el jazz, música esta que se presta mucho para que el ejecutante, bien o mal, improvise. 
Así nos gobierna el presidente y así comenzó, cuando electo y antes de posesionarse, mediante improvisada “orden” dirigida a todos los alcaldes y gobernadores, los conminó para que encontraran lotes para construir, cada cual, un colegio y una universidad:  ¡1102 municipios, cada uno con su “Alma Mater”! ¡Y 32 adicionales para cada departamento! ¿Cuánto cuestan? ¿Se justifican? Y esos municipios con pocos habitantes, con alrededor de unos 1000, ¿qué? Y Busbanzá, por ejemplo, en Boyacá, con 1127 habitantes, con 194 casas y ocho profesores, ¿encontrará el alumnado suficiente para su universidad con sus varias facultades, con sus respectivos semestres? ¡Ah, la improvisación que todo lo puede proponer!
Y a nuestro presidente le he registrado veinticuatro improvisaciones o propuestas u ocurrencias inconsultas en distintos foros internacionales, las que se perdieron -desvanecidas cual su liviano peso- en esos amplios vientos también internacionales.
Johnny, en “El Perseguidor”, tiene problemas con el manejo del tiempo.
Johnny destruye su saxofón, porque no es consciente de cuánto lo necesita.
Algo parecido al ímpetu del primer mandatario, cuando destruyó la coalición en el Congreso a las primeras discrepancias sobre la reforma a la salud. En un arrebato no tuvo presente que a su muy variopinta ideológica coalición congresional, le cabía muy bien aquello que dijera sobre el punto Guy Mollet, político francés, su vecino de la izquierda: “La coalición política es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que te salgan callos.” (Y si te salen, añado yo, te los debes aguantar).
Como inapelable perseguidor le ha decretado la invalidez total a la historia de Colombia. Nada positivo hay en ella. Tal cual la actitud de ciertos autócratas que pretendieron  que la historia de su país comenzara con ellos. Y me recuerda el ensayo de Borges, “La Otra Muralla”, sobre el antiguo emperador chino Shih Huang Ti, quien pretendiendo ser el primero en los anales de su reino, algo así como el adán de su nación, en su intento condenó a quienes respetaban “el pasado, tan torpe y tan inútil.”
El presidente persigue con saña al petróleo, al gas y al carbón. Los quiere dejar extraditados, los de aquí, en el fondo de la tierra, mientras todos los otros países los siguen produciendo… y se sonríen.  Pretende acabar con la Procuraduría, pues es su desquite institucional por la destitución que el anterior procurador le decretara. Bogotá, por las desavenencias con la alcaldesa y con Peñalosa, es la más sufriente por sus persecuciones: 161.000 familias fueron borradas de los subsidios, igual dispara contra el metro con el pretexto que debe ser subterráneo, así pretende frenar la extensión de la avenida Boyacá, igual el Regiotram de Occidente y del Norte, y también el proyecto Ptar Canoas para el tratamiento de aguas residuales.
Odia las autopistas 4G; y las exportaciones; y persigue a Germán Bahamón, Gerente de la Federación de Cafeteros, por algún viejo trino de este, y a los que licitaron la elaboración de los pasaportes; no le gusta la banca privada y acusa a todo capital de destruir la vida sobre la tierra; desacredita el sector privado y desconceptúa, sin dar razones, a todas las encuestas, menos las propias. En  la economía general, aborrece el crecimiento del PIB y preferiría el decrecimiento. 
Las emprende en contra de los impávidos cajeros automáticos. Exigente, el Palacio de Nariño -feo y frió, según él protesta- le desagrada. Seguramente estará acostumbrado a otros palacios, más elegantes y calenturientos. 
Y muestra otras tantas fobias más, las que no me caben aquí.
Reúno, en personal antología, algunas de las frases del cuento de Cortazar: “…nombra unos suplentes por si le fallan los titulares… persigue en vez de ser perseguido… son azares del cazador y no del animal acosado… nadie puede saber qué es lo que persigue…en Amorous, en la marihuana, en sus absurdos discursos sobre tanta cosa… en una liebre que corre tras un tigre que duerme… como un colador colándose a sí mismo… ha querido nadar sin agua…”
Apostilla. Un recorderis al frío Palacio de Nariño: el prejuicio es el abrazo del fracaso, y aunque podría servir para ganar unas elecciones, siempre será dañino para gobernar.