El concepto y la consideración del personaje han evolucionado muy rápido. Me refiero aquí a las dos diferentes concepciones del solterón en dos períodos: en el pasado inmediato y en los tiempos actuales.
En el pasado.
Nuestra anterior y “sabia” legislación lo definía, a ese incumbente, como aquel ser humano varón, el cual, cumplidos los 35 años aún no se había matrimoniado. El decreto nacional 1961 de 1948, en su artículo 6 lo precisaba -y también lo “clavaba”- en estos términos: “Igual sobreimpuesto del 15%, por concepto de soltería, deberán pagar en adelante los varones colombianos mayores de 35 años, residentes o no en el país.”
Conminado en su soledad, las dos únicas maneras de librarse ese célibe varón de tal arancel, serían o el suicidio o el matrimonio. (Aunque casarse sea algo parecido a suicidarse un poco, tanto para él como para ella). Así lo cantaban en esa época los “mamagallistas” del momento: “¡Ay!, que yo no pago el impuesto de soltería./¡Ay!, que yo me caso al rayar el día.”
Injusta -por generalizar- esa alcabala. A un mi tío, ponderado caballero de trasparentes costumbres, hace muchos años le pregunté por qué no se había casado, y me respondió que sus ingresos, menguados y aleatorios, no le habrían permitido sostener, dignamente, mujer e hijos. Solteronía responsable.
Injusto ese impuesto, repito, en contra de los varones de aminorados recursos. Va el porro de Daniel Lemaitre, el cual se lo podría haber cantado a la DIAN el solterón de antaño, como causal de excepción tributaria: “Sebastián rómpete el cuero si pretendes la muchacha/que una casa no se arregla con tripas de cucaracha./ Busca el radio, la nevera y el carrito relumbrón/Sebastian, rómpete el cuero o te quedas solterón”.
En aquellos días, no tan lejanos, se consideraba al solterón como alguien incompleto; un varón que no había desarrollado su personalidad infantil; un egoísta; alguien que se atrevía a contradecir el mandato bíblico de “creced y multiplicaos”; un huraño; un antisocial hecho para la soledad; un anarquista de la pareja; un guerrillero contra el matrimonio.
Franz Kafka, prototipo del soltero en la literatura universal, en “La Desventura del Soltero” temía que, al llegar a determinada edad, fuera considerado “no como un verdadero miembro de la familia humana”. Hugo von Homannsthal, en “El Difícil”, trabaja a su protagonista solterón como si llevara “una marca a fuego, una especie de culpa social, que empieza a crecer pronto y nunca es perdonada”.
Sin embargo, pasando a los días de hoy, estas percepciones ya no existen. Como concepto social, el solterón ha dejado de existir.
En este planeta sobrepoblado el solterón es semejante a un santo practicante ecologista. Por eso bien se le tolera aunque sea un perdulario. Igual que se comporte como así le parezca a ese ambientalista de la población. Anotó un gracioso: “¿que qué hacía yo antes de casarme? Hacía lo que me daba la gana”. El matrimonio ha pasado a ser una institución de segundo orden, porque la mujer hoy se educa y se profesionaliza, y su exclusivo destino ya no es el casarse; o sea que la fémina ha dejado de odiar al solterón, ese declarado traidor a su anterior único futuro.
Los padres de aquella doncella, ni bonita ni rica, que se educa, obtiene su título profesional y cumple un papel social, ya no la juzgan como a una fracasada si no se casa. Ha desparecido la solterona como personaje inútil y como paradigma de una vida malograda. A esta, que antes se la consideraba como un desecho por el hecho de no haber podido acceder a cualquier marido, ahora se la valora por sí misma.
En italiano, soltero se dice “scapolo”, vocablo que suena como “escapado”. Pero eso era antes. Hoy en día a muchas mujeres no les interesa eso de cazar al “scapolo” y casarse con él. Vivir con un hombre, ¡qué pereza! Para esta clase de mujeres, los solterones son especímenes indiferentes o más bien objeto de simpatía. Tanto y tan rápido los tiempos cambian ciertos valores y conceptos. Como vivimos en Colombia en la época de los subsidios, según los quiere practicar al por mayor el presidente Petro, en materia de cambio climático y sobrepoblación, iríamos, ya no por el impuesto a la soltería, sino por el subsidio a la soltería. Para hombres y para mujeres. Podría ser la mejor contribución de este Gobierno, tan estatizante, a la salud, al bienestar y a la felicidad de unas y de otros.