La Grecia antigua, la del siglo V a. C., la madre espiritual de la civilización occidental, a cuya herencia le debemos hoy el ser de nuestra alma.
Contiene la Grecia de esos tiempos muchos episodios que han sido consagrados por la Historia Universal. Algunos de unas pocas  horas, y que, aunque comprimidos en muy breve desarrollo, irradian profundas enseñanzas, con un amplio muestrario de excelsas condiciones humanas. Y sobre todo políticas.
Aquí trataré de la batalla de Maratón, a unos 38 kilómetros de Atenas, que tuvo lugar el 12 de septiembre del año 490 a.C. Allí se enfrentaron persas y griegos. Aquellos, también llamados medos, gobernados por una satrapía; los atenienses, por una democracia. Representó este conflicto el conflicto que ha signado toda –toda- la historia universal: la rivalidad entre oriente y occidente. Hoy, el primero representado por China, y este último por los Estados Unidos.
Por eso se afirma, y con razón, que en Maratón se defendió lo que hoy es Occidente. “Aquella tarde de septiembre, todos los destinos de Grecia y de Occidente parecen reinar sobre el cielo de Maraton”
Si Grecia hubiese caído bajo el mando del imperio persa, ese siglo de oro de Atenas, del que nos alimentamos culturalmente, con Sócrates, Platón, Aristóteles, y con muchos otros padres fundadores de nuestro espíritu, después de muerta su democracia, no hubieran podido esas enseñanzas florecer bajo un régimen despótico. Maratón, por eso, es como la inicial defensa de occidente, y por eso “se torna en contemporánea de los vivos, de los muertos y de los que vendrán”.
Dejó varias lecciones. Incluyo algunas.
La valentía y la audacia. Los persas con 25.000soldados y otros 1.000 de caballería, y los griegos con solo 9.000. Los 10 generales atenienses debían decidir si se atacaba o se conciliaba. Divididos 5 por 5, Temístocles, Arístides y sobre todo Milcíades, convencieron  al polemarca Calímaco para que votara a favor de la batalla; y así lo desempató. Una primera lección: la audacia y la valentía sí pagan. A estos les es concedida la gloria, mientras que “a los otros los olvida la fama”.
El desprendimiento. Los generales, a los cuales les era otorgado cada día, para que en esas 24 horas dirigieran  la batalla, aceptaron  que el más capacitado era Milcíades, y le cedieron el  turno y el mando. La otra lección para los políticos: antes que la fama o la gloria personales, lo importante es salvar la razón de la ciudad y sus habitantes. La lealtad y la gratitud. Cuando los 10 generales discutían si atacar o dialogar, escucharon a lo lejos el eco de unos tambores que se acercaban. Eran los de Platea, pequeña ciudad a la que Atenas había defendido antes, y la cual, con la totalidad de su ejército de 1.000 hombres, se les unía para combatir al lado de sus amigos. Tambores que elevaron la moral de los 10 de la decisión, y contribuyeron para inclinarlos al combate. Lección y escuela de gratitud, válida a pesar de que los observadores de la historia aseguran -un poco cínicamente- que en los humanos la gratitud y la lealtad son dos sustantivos que se  “conjugan” solo mirando hacia el futuro.
Triunfo de los valores. Mientras que los medos o persas vivían bajo un gobierno arbitrario y despótico, los atenienses defendían su democracia. Triunfaron, porque, como dijo Heródoto, combatieron “aferrándose a la libertad”. 
Gran solidaridad humana. Contradice un poco lo anterior el hecho de que muchos esclavos hubieran peleado al lado de sus amos atenienses. Tal vez, a pesar de su condición, estaban agradecidos con esa ciudad, también su madre.
La derrota de los del apaciguamiento. Apaciguar  siempre ha sido sinónimo de entrega. Contraproducente. Al interior de Atenas existían los partidarios de rendirle la ciudad a los medos. Fueron derrotados, en Maratón, al igual que los persas.
Tanto inmortaliza. Fidípedes, el mensajero que corrió a avisarles a los atenienses el triunfo, superó los 38 (no 42) kilómetros en tiempo record; “hemos vencido”, les dijo, y cayó muerto. “Cayó muerto a las puertas de Europa”. En su honor, aunque eso no se conozca mucho, hoy se compite tanta maratón en tantos lugares.
Y una última moraleja. Muy difíciles aquellas circunstancias, pero feliz Atenas que contaba allí con verdaderos hombres; hombres de autoridad, de generoso mando y elevado servicio.