Las sociedades evolucionan, es una ley natural; de hecho, así tiene que ser. La evolución indiscutiblemente es algo positivo, porque dentro de muchas otras cosas trae de la mano el desarrollo, lo que a su vez genera condiciones para mejorar la calidad de vida y para que el mayor número de personas tenga acceso a mayores posibilidades.
Pero nuestra evolución también ha traído de la mano una desesperación inimaginable por el corto plazo, donde hemos hecho a un lado lo realmente importante, dándole un valor absurdo a lo rápido, lo que no implica mayores esfuerzos, lo que está de moda, y usualmente lo que cumple con estas características no necesariamente es lo suficientemente bueno. Al punto de haber caído en el imperio de las banalidades, de lo temporal, en el imperio del morbo, en el cual lo que más llama la atención son los escándalos, lo intrascendente, cargado de frivolidad, lo que yo he llamado “malas historias”, que además tienen una característica especial, y es que son muy pasajeras debido a que no se arraigan, porque dentro de muchas otras cosas, no alcanzan a llegar al corazón.
Las buenas historias definitivamente ya no llaman la atención, a sabiendas de que son estas las que enamoran, que se tatúan en nuestra mente gracias a que el tiempo se ha encargado de que estén sembradas precisamente en nuestro corazón. Esta es la realidad, y no es que hoy día no se generen estas buenas noticias, las hay y muchas; pero definitivamente no llaman la atención, porque no tienen resultados inmediatos. Pareciera que, al ir perdiendo nuestra paciencia y ser tan cortoplacistas, hubiéramos generado una peligrosa ansiedad por encontrar, e incluso generar, peores historias todos los días; donde además de hacer esfuerzos por divulgarlas, hacemos todo para que sean el centro de las conversaciones.
Hoy día en el escenario político, la mejor estrategia es denigrar del contrincante, no exponer buenas ideas, buenas propuestas y maravillosos proyectos que se desarrollen en el largo plazo; esto en teoría no da la favorabilidad del elector. Es decir, en este escenario tampoco valen la pena las buenas historias, ya que las que deslumbran y producen resultados a corto plazo son las historias negativas, los escándalos, las historias sin sustancia, esas que en teoría apagan incendios y el circo quiere escuchar. ¿Por qué no dejamos de deslumbrarnos con lo que está a la vuelta de la esquina y generamos condiciones para que nos volvamos a enamorar y sorprender con las buenas historias?, ¿esas que le apuestan al largo plazo?
Deberíamos asumirlo como una premisa en la vida, partiendo de la base de que lo primero que hay que hacer es generarlas para que puedan ser contadas, y para ello es fundamental echar mano de la paciencia y la persistencia, con fundamento en unos fuertes valores que nos garanticen vivir con mucha integridad. En la vida cotidiana, el mundo corporativo, el deporte, incluso en la política, nos encontramos con unas historias maravillosas que al ser conocidas llegan al corazón para quedarse. Que tienen unas raíces muy fuertes porque han sido concebidas en el largo plazo y con mucho esfuerzo, a través de procesos que en muchas ocasiones son demorados, pero consistentes, y que por este hecho tienen unos resultados poderosos.
Dorie Clark en su espectacular libro “El juego largo” nos invita a hacer un buen recorrido por sus experiencias, entregándonos herramientas para llegar a ser pensadores a largo plazo en un mundo a corto plazo. Se los recomiendo. Al menos intentémoslo, entendiendo que apostarle al largo plazo es lo que más estabilidad da, así los resultados no sean tan inmediatos, disfrutando mucho más el proceso que los propios resultados. La enorme garantía es que estos serán sustancialmente sólidos y perdurarán en el tiempo.