“El hombre es un ser social por naturaleza” decía con mucha razón Aristóteles, y por ende es imperativo que se comunique adecuadamente. Esta es una de las razones por las que en diferentes escenarios he reiterado, que a mi juicio en la mayoría de las situaciones es más importante comunicar bien que dirigir, gobernar o gerenciar bien. Y hago mucho énfasis en esto porque permanentemente nos encontramos con maravillosas gestiones que se encuentran opacadas, señaladas y castigadas por una perversa o nula comunicación. Y es que uno puede estar seguro de lo que dice, pero no de lo que el otro entendió. De ahí el reto permanente que para las organizaciones es implementar una estrategia apropiada de comunicaciones, que les facilite difundir sus planes y sus resultados, fortaleciendo al mismo tiempo su capacidad de escucha.
Igual de importante para las organizaciones, es una adecuada comunicación interna que les garantice a todos los que hacen parte del grupo, una buena interacción, un excelente trabajo en equipo y mucha fluidez en la información, permitiendo de esta forma que se fortalezcan la confianza y los liderazgos, procurando que los mensajes se entreguen y se reciban tal y como han sido concebidos. Con el fin de lograrlo, se recomienda que esta sea honesta, pertinente, permanente y por los canales adecuados, para que todos estén en sintonía.
Pero hay otro tipo de comunicación sumamente importante, incluso yo creería que más delicada que las dos anteriores; es la que yo he llamado “La Comunicación Interior”, que no es otra cosa que esa comunicación que permanentemente tenemos nosotros con nosotros, esa que nace en muy buena medida a partir de todo lo que tenemos archivado en nuestro inconsciente y que tanta influencia tiene sobre nosotros. Bien lo ha dicho el escritor y empresario Robert Kiyosaki: “No es lo que le dices a los demás lo que determina tu vida; es lo que te susurras a ti mismo lo que tiene más poder”.
Esta comunicación exige tener especial cuidado en esos momentos de soledad que nos obligan a detenernos y a tener conversaciones con nosotros mismos, para evitar cargarnos de preocupaciones infundadas, procurando entender que muchas veces nuestras perspectivas están muy alejadas de la verdad, construyendo universos ficticios acentuados por equivocadas interpretaciones de la realidad, llegando al punto de crear situaciones inexistentes, sin ningún tipo de sustento, que nos llevan a conclusiones y respuestas equivocadas con todo el riesgo que esto trae de la mano, que además en muchas ocasiones son el origen de múltiples desvelos y depresiones.
En concordancia con esto, hace poco leía un artículo sobre el daño que las redes sociales le causan a la autoestima de las personas, precisamente por alimentar de mala forma la comunicación interior. Muchas frustraciones tienen su origen aquí, al querer emular modelos de vida ajenos que precisamente nos venden las redes sociales como los ideales, y que están enmarcados en falsas escenografías muy apartadas del mundo real. Contrario a lo anterior, en otros escenarios nos encontramos con la capacidad que muchos han adquirido para utilizar la comunicación interior como su mejor aliada, logrando que sea una magnífica motivadora, generando una buena dosis de energía que nos permita trabajar con pasión y persistencia para conseguir nuestras metas. Definitivamente nadie lo motiva a uno mejor que uno mismo. Como bien lo ha sostenido el famoso sicólogo Wayne Dyer “Cuando cambiamos la forma en la que vemos las cosas, las cosas que vemos cambian”. Es a esto a lo que deberíamos apostarle permanentemente. Por todo lo anterior, quiero hacer un llamado al buen juicio, sobre la base de hacer mucha consciencia frente a lo que nos decimos. A poner los filtros necesarios para no perturbarnos con esos diálogos interiores, procurando más bien que estén cargados de motivación y optimismo.