En diferentes oportunidades he sostenido, que esa sociedad enferma que nos muestran a diario los medios de comunicación y las redes sociales, no se origina en la falta de acción de las autoridades y los entes de control; sino que tiene un origen mucho más profundo, que no es otra cosa que la falta de valores. De esos valores que la gran mayoría aprendimos en nuestro hogar, de esos que deben ser innegociables, los de toda la vida, y que además tenemos la enorme responsabilidad de fortalecer todos los días y de difundir al interior de nuestra familia, en el trabajo, con nuestros amigos, en la sociedad y en todos los escenarios en los que nos movemos en el día a día.
El fortalecimiento y difusión de estos valores debe hacerse fundamentalmente a través del ejemplo. Nos encontramos muchas veces, con personas que insistentemente y con mucha altivez hablan de la importancia de los valores, aprovechándose de este discurso para su propio beneficio; pero al mismo tiempo tienen un comportamiento totalmente alejado de estos valores que tanto pregonan, atentando de frente contra la congruencia. Y es que este tipo de incongruencias afectan directamente la confianza, y cuando se pierde la confianza hay preocupación, incertidumbre y mucha desazón.
A lo largo y ancho del mundo, la sociedad se está comportando con una ausencia de valores cada vez más acentuada. Pareciera que tuviéramos que barajar y volver a dar. Y si ese es el caso, no deberíamos aplazar la decisión; deberíamos asumirlo como una responsabilidad improrrogable de cada uno, revisando detalladamente cuáles son los valores que nos están sirviendo de base para evaluarlos y cambiarlos si es necesario, o fortalecerlos con decisión si es el caso contrario.
En la vida cotidiana, se genera mucha inquietud cuando el egoísmo, la envidia, el irrespeto, la ingratitud y la ambición descontrolada, son las principales características que rigen el comportamiento de las personas. Esto hace que fenómenos como la corrupción, la falta de compromiso, la indiferencia y falta de empatía, sean el común denominador, con todas las nefastas repercusiones que pueden traer a una sociedad.
A través de esta columna, en anteriores oportunidades he sostenido que, en el mundo corporativo cada vez se hace más imperativo el fortalecimiento de la cultura organizacional. Definitivamente las empresas y organizaciones deben contar con una cultura que esté basada en unos valores corporativos claros, poderosos y ampliamente difundidos interna y externamente, permitiéndoles a todos los grupos de interés conocerlos y adaptarse a ellos con mucha tranquilidad.
Lo que no puede pasar es que sigamos asumiendo una actitud pasiva frente a esta preocupante realidad, permitiendo normalizar una sociedad sin valores, donde el deterioro del buen comportamiento de la gente y de las instituciones, nos lleve a nuestra propia destrucción.
El famoso sicólogo Daniel Goleman, soportado en múltiples investigaciones, afirma en su libro “La Inteligencia Emocional”, que es en las edades tempranas donde el ser humano aprende los fundamentos que le van a servir para toda su vida; la buena noticia es que a su vez, en el mismo libro confirma que en cualquier momento de la vida podemos asumir cambios, obviamente si tenemos una verdadera intención de hacerlo y utilizamos las herramientas adecuadas para lograrlo, quiere decir esto que simplemente es tomar la decisión y proceder.
Es entonces urgente y necesario que nos detengamos y hagamos juiciosamente conciencia de lo que actualmente son nuestros valores, de que los fortalezcamos y actuemos de acuerdo con ellos, o los modifiquemos en caso de que sea necesario. Si cada uno de nosotros cumple con esta tarea, muy seguramente estaremos contribuyendo significativamente a tener una mejor sociedad.