Las elecciones del día de hoy nos ponen una pregunta clave: ¿Cuál es el lugar de la religión Católica en democracia? No se trata, como equivocadamente ocurrió en el pasado, de que los padrecitos digan por quién votar, pero tampoco puede ser la indiferencia por lo que ocurre en la política. Dos textos nos ayudan a comprender cuál es el papel de la religión en la democracia.
El Concilio Vaticano II, en una de sus principales constituciones, Gaudium et spes, Alegría y esperanza, nos señala el horizonte: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”. La Iglesia debe preocuparse por lo que ocurre en la historia, pues es allí donde el Reino de los Cielos comienza a suceder.
El papa Francisco en una de sus encíclicas recientes, Fratelli Tutti, Todos hermanos, pone el énfasis en la necesidad de trabajar por una política que realmente busque el bien común. Y esta debe ser la gran obsesión de todos los católicos, hacer su intervención en política de tal manera que el eje central sea siempre el bienestar general y de largo plazo. Así lo expresa el papa: «… la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación» y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica…”. Qué lejos estamos de la mejor política en nuestro país.
Y más concretamente, el gran deber que tiene el cristianismo en democracia es servir de inspirador, dinamizador de los procesos que buscan el bienestar general. La religión trabaja con ética de máximos, mientras que la vida política lo hace en estándares menos exigentes, evidentemente, la religión tiene unas exigencias superiores, por ello puede servir de inspiración, para fermentar y hacer polinización cruzada, de tal manera que se pueda seguir creciendo como sociedad. En este sentido son fundamentales los procesos educativos en la solidaridad, que hacen que las relaciones de las nuevas generaciones puedan poner en evidencia la importancia de los otros al momento de tomar sus decisiones.
Que en la jornada electoral de hoy, los católicos y en general todos los cristianos podamos dar un testimonio de la indagación sincera y eficaz de la política como la búsqueda del bien común. Un país carcomido por la corrupción, los caudillismos mesiánicos, las polarizaciones, y las ideologías, no puede continuar. La política tiene que trascender para asegurar un mejor bienestar para todos.