El tema que por años fue un verdadero tabú en el gremio cafetero, hoy está sobre la mesa y listo para poner en práctica: sembrar robusta. Es pensar más allá de la oportunidad comercial y de producción, es realmente poner los ojos en el futuro y adaptar la caficultura al cambio climático. La variedad robusta, al ser mucho más resistente y en muchos casos más productiva y de mayor rentabilidad frente a la variedad arábiga, se abre camino en las tierras colombianas.
Uno puede gastarse décadas en Cenicafé investigando para hacer variedades de arábiga, más productiva y resistente al cambio climático (mayor temperatura y altura que no le afecte), pero la realidad es que la investigación y el desarrollo demandan una cantidad de recursos, toman un tiempo no menor y difícil de estimar y el resultado es incierto y puede no obtenerse. No afirmo que la investigación no sea importante, pero, en este caso, el camino más eficiente y efectivo, cuando los recursos del sector son limitados, es optar por las robustas.
En el Quindío y Risaralda, por ejemplo, las condiciones climáticas cambiaron y el café no logró adaptarse a la velocidad porque era menos productivo, más costoso, etc. Obligó a la región a buscar otros productos y servicios. Este proceso también tuvo muchos costos sociales: no todo el mundo logró adaptarse, familias se quebraron, muchos productores no lograron desarrollar nuevas habilidades que demandaba el mercado. El cambio climático nos pondrá en jaque. Colombia está tarde de empezar a producir en grandes volúmenes café robusta.
Hay mercado, porque la demanda de café es sólida. Algunos de los mayores temores en la FNC son: 1) La pérdida de poder en ciertas regiones si dejan que entren nuevas regiones que de repente produzcan y generan mayores recursos. 2) Que la marca Café de Colombia se diluya y el diferencial deje de existir. Pero hay que preguntarse si la marca sombrilla igual puede beneficiar un nuevo producto como el premium en su segmento (Vietnam y Brasil tienen excelentes robustas). En muchos países hay cadenas de café premium y solo venden robustas de varios países. También hay que analizar si un par de centavos de dólar por libra, que da el diferencial del suave colombiano, no se puede compensar con mayor volumen. Finalmente, si en un mercado desarrollado como el café, con consumidores sofisticados que son los que pagan los mayores diferenciales, lo seguirán pagando por cafés excepcionales. La clave es lograr diferenciar el arábigo de la robusta colombiana. Y ello dependerá de la seriedad de los exportadores, deberán ser guardianes.
Lo que es fundamental es que también se les cobre la contribución cafetera a las exportaciones de robustas. El sector como un todo se beneficia y la transferencia de riqueza se facilita entre los más pequeños y los más grandes. Y permitirá generar recursos del FNC para el desarrollo de este nuevo mercado.
Por último, el impacto social será muy interesante, pues el Ministerio de Agricultura está viendo en el desarrollo de las robustas en tierras de sustitución de cultivos de uso ilícito y está dispuesto a cooperar en el montaje de estas fincas. Se debe aprovechar esta oportunidad. Hay muchas razones para tomar la decisión, esta sería una huella bien interesante del Gobierno Petro en el sector.