En redes sociales ha emergido una interesante conversación sobre la manera en la que hacemos periodismo en Colombia. Claramente, los medios de comunicación en nuestro país están todavía buscando una manera sensata de resolver los enormes retos financieros que tiene el sector ahora que la mina de oro de la publicidad ha migrado a la internet. Pero también hay una lucha por la confianza y el respeto por el oficio y la información.
En países desarrollados pareciera que la fórmula está resuelta: suscripciones. Pero casos como los de ‘The New York Times’, ‘The Washington Post’, ‘The Economist’ o ‘The Financial Times’ parecieran ser una excepción a la regla mientras buscan enganchar más lectores con promociones de suscripción con precios atractivos. 
Por ejemplo, ‘The New York Times’ lanzó la semana pasada ‘The New York Times Audio’, una aplicación solo para suscriptores que ofrece otra experiencia de periodismo audible, diferente a lo que hace la radio. Mezcla los pódcast con una manera innovadora de relatar muchas de las historias y reportajes que se condensan en sus páginas. Ahora, los periodistas también son relatores de sus propias historias. Lo hacen de una manera sobria y tranquila, como debería ser. 
Sin embargo, la monetización de los contenidos periodísticos en países en desarrollo, como el nuestro, aún pasa por etapas de estructuración y cambios. Prácticamente, es ensayo y error. Además, porque es una lucha contra el tiempo de encontrar apoyo y confianza en comunidades menos bancarizadas y con poca intención de costearse el acceso a noticias.
Hay personas que se niegan a pagar, pero exigen tener acceso. Si no lo hacen, mancillan al medio porque, en muchos casos, consideran que la información debe someterse a sus criterios y sus afinidades. Esta ironía también abre una ventana de oportunidad para entender qué tipo de información buscan las audiencias y cómo se les pueden transmitir contenidos e historias de calidad a los suscriptores sin caer en la banalización o historias poco útiles como la reportería de la noche que se vende en televisión nacional.
Hay que sumar, por ejemplo, el caso del cierre del diario guatemalteco ‘El Periódico’ por presiones políticas y económicas. A todas luces, a veces, hacer periodismo en América Latina es un acto de fe, sobre todo, cuando existen grandes amenazas a la libertad de prensa, sumado a que en internet la información circula sin calidad y sin revisión. 
Incluso, la lucha por el denominado ‘click bait’ -que no es otra cosa que persuadir a la audiencia a entrar en un contenido que plantea incógnitas en su título y que fuerza al lector a ir hasta el último párrafo para encontrar en dos líneas la razón de ser de esa nota- demuestra que la lucha es por quien más publique, no por quien lo diga mejor. 
La forma en la que ha mutado esa reportería barata, de retorcer y retocar información muchas veces irrelevante, es lo que ha llenado de artículos basura la internet. Pese a que muchos “venden” y atraen lectores, que es la lucha de todo en la internet, viven del día a día en la generación de polémicas.
Pero, como lo he dicho en otras ocasiones en esta columna, las formas de nuestro periodismo, sobre todo el hablado y televisado son escandalosas. Solo basta con encontrar información que se encabeza diciendo: “¡Mucha atención!”. En simultánea, hay música incidental y dramática. Ver y oír esa información pone los pelos de punta e interrumpe toda actividad. A esto hay que sumarle la mala praxis de tener adjetivos por doquier.
Acto seguido, el periodista o presentador, empleando un tono absolutamente dramático y en ocasiones sobreactuado procede a leer y repetir ‘en bucle’ su información. La música continúa y el drama va “in crescendo”. Y así ha ido de generación en generación ese tono tan folclórico de contar las noticias. La forma importa y a la hora de informar sí que es significativo guardar calma.  
Sé que puede sonar como una quimera, pero es tiempo de que los periodistas dejen de repetir esas prácticas mediáticas para permitirse un tono sobrio y maduro. Las audiencias, estresadas por su vida normal y por el caos común de las redes sociales, posiblemente ya están cansadas del mismo tono apabullante y bulloso. 
Es justo empezar a contar historias de manera tranquila, quizás menos acelerada y atascada. Pero, como digo, puede ser algo irrealizable porque son ‘estilos’ plenamente arraigados. ¿Qué sería de los noticieros de televisión si les quitamos la música dramática, el tono calamitoso de sus presentadores y periodistas, y se opta por contar las historias con tranquilidad?
Naturalmente, hay miles de situaciones de fondo por corregir. Pese a ello, la forma también importa… Y mucho.