Dice la canción que una madre bendice a su hijo y, entre lágrimas, le desea lo mejor para que en la ciudad logre cumplir las metas que se ha fijado desde tiempo atrás. Llega a la urbe de los “dorados sueños” para forjar ambiciones, pero, al final, se encuentra ante el desengaño y la decepción de entender que esa ciudad es productora de pesares y tristezas.
Este hijo, entonces, comienza a añorar sus raíces y a valorar todo aquello con lo que creció. La nostalgia toca la puerta y, aunque este hombre logra conseguir sus metas, es el corazón lo que prima y, por eso, pese al éxito, este provinciano recuerda que está hecho de sus orígenes y no de la ciudad que es de todos y, a la vez, de nadie.
Así, la letra de ‘El Provinciano’, famosa en la voz del gran Olimpo Cárdenas, es una reflexión entera de un país de provincianos, de aquellos que de alguna manera u otra han salido de sus territorios para buscar un mejor mañana, sin saber a ciencia cierta el costo emocional de buscar esa proeza.
Colombia es un país auténticamente hecho de regiones y de millones de provincianos, pero es una nación excluyente que históricamente ha ignorado sus territorios por mantener centralizados los puntos de “desarrollo” esenciales en las capitales. De allí que muchos gusten llamar, quizás de manera peyorativa, como ‘provincia’ a esa Colombia rica de sabores y colores.
Por citar un ejemplo notorio de las últimas semanas, basta mirar el desentendimiento del país frente a la frecuente crisis del suroccidente. El deslizamiento en Rosas (Cauca) es otro recordatorio sobre la pobre actuación del Estado en el desarrollo de muchas regiones y, probablemente, lo que poco importa para muchos la angustia que significa tener la alimentación básica suspendida por falta de conexión terrestre.
La emergencia más reciente probablemente no causará cambios estructurales, puesto que nuestro país solo calma sus más profundos dolores con paños tibios. Para algunos, el suroccidente solo llega hasta Cali, así como para otros, la costa caribe se resume en las tres ciudades más pobladas. Y ni qué decir de los llanos ni la Orinoquía, que solo aparecen en los titulares de los noticieros cuando una tragedia sacude la tranquilidad de sus días.
Es más, no tenemos que ir muy lejos, si observamos el paquidérmico desarrollo de la conexión vial de Manizales al oriente, o notar los caminos de herradura que conectan muchos municipios caldenses. Solo basta el ejercicio de ver cuántos deslizamientos se remueven cada año cerca de Manzanares o cuántos problemas hay para movilizarse por el norte.
Nuestros gobernantes y los planes sociales de desarrollo les han apostado a las grandes ciudades como el entorno único de progreso y se han olvidado de la provincia. Así, entonces, solo entendemos los problemas cuando la contratada logística de la ciudad se ve sacudida por un incremento en el precio de los alimentos y una posible escasez. Además, hay ciudades que son entornos agresivos y difíciles para aquellos que la viven o la padecen.
El país es la provincia y por eso notamos cómo tantas ciudades capitales ven sus calles vacías en tiempo festivos. De la misma manera, dependemos -con justa causa- de todo aquello que hacen los provincianos; porque nos cuidan y madrugan siempre a cumplir fielmente sus labores. Con ellos tenemos una deuda histórica que no nos preocupamos por atender.
A veces nos puede suceder como el provinciano que ilusionado por el brillo de la ciudad sacrifica la esencia que lo conecta con su ser. Y de esta manera, escalamos todo, hasta ignorar nuestras raíces como país sin pagar aquellos compromisos que tenemos con las regiones que históricamente hemos decidido apartar porque no están en nuestro camino o no figuran tanto en el mapa. Y al final, esos sueños dorados se chocan porque no todo lo que brilla es oro.