Hace 22 días llegó Mateo al mundo. Él es un recién nacido a quien la vida aún se le cuenta en horas o días. Aunque no es en propiedad mi sobrino, me siento su tío y me emociona verlo cada día. Disfruto detallarlo en sus facciones pequeñas y delicadas y, en especial, me alegra oírle una especie de corta exclamación de alivio después de estornudar. Me hace sonreír y sentir vivo; me causa ternura. Mi madre, que siempre ha sido tierna, define que el bebé le revive ese sentimiento. Me comentó que la entrega del amor y verlo crecer en su delicada fisonomía, sumado a su sensibilidad y necesidad de cuidado, le causan un afecto sincero e intenso que se comunica por medio de actos amorosos.
Manuelita, una buena y dulce amiga, me dijo que la ternura que ella siente por su sobrino Matías hace que un amor de esos sea incapaz de dañar o de causar dolor. En ello coincido, puesto que la ternura es una expresión que se da desde el alma y no desde la razón. Sebastián, que es mi contertulio diario, me contó que él se define como un tierno. Me explicó que la ternura habla de nobleza y cariño, además de transmitir paz y bondad. Todos estos son componentes que nosotros quisiéramos tener en la vida. Pero no es regla: Estamos abocados a un mundo donde la ternura escasea o que es vista con recelo en espacios o medios públicos.
Hablé de esto con el otro Luis Felipe -Castañeda-, quien insistió en que la ternura significa demostrar cariño y agrado en la interacción. Sin embargo, resaltó que en la sociedad actual las personas se reprimen por paradigmas externos o miedo a ser juzgadas. Incluso por vergüenza. Estoy de acuerdo. Mi amigo filósofo de cabecera, Alejandro Brand, me ayudó a desglosar esto en medio de una extensa llamada telefónica. Coincidimos en que la ternura no es solo un sentimiento cursi o débil, sino una fuerza transformadora capaz de sanar heridas, construir puentes y fortalecer lazos.
Se manifiesta en gestos aparentemente simples, pero cargados de significado: una sonrisa cálida, una palabra amable, un abrazo sincero. Estas pequeñas demostraciones de afecto y cariño tienen el poder de iluminar el día de alguien, de hacerle sentir valorado y comprendido en un mundo que a menudo puede resultar hostil y desalentador. En una sociedad obsesionada con la productividad y el éxito a cualquier costo, la ternura se convierte en un acto de resistencia y nos invita a ralentizar el ritmo. Es la terna que se compone con la fragilidad y el amor. Por eso hay que defenderla de la dureza, el desinterés y la parquedad como reglas de interacción actual.
Pero defender la ternura no implica ser ingenuos o conformistas. Al contrario, requiere valentía y determinación para enfrentar las adversidades con compasión, resiliencia y vulnerabilidad. La ternura, con su suave pero poderoso toque, tiene el don de derribar las corazas más impenetrables que construimos ya sea por protección o por autodefensa. Estas corazas, a menudo invisibles pero palpables en nuestra manera de relacionarnos con el mundo, pueden ser el resultado de experiencias pasadas dolorosas, miedos arraigados o simplemente una forma de adaptarnos a un entorno hostil.
Cuando nos permitimos ser tiernos, cuando nos abrimos a mostrar nuestra vulnerabilidad y nuestras emociones genuinas, estamos desafiando esas corazas. En lugar de fingir ser quienes no somos, la ternura nos anima a ser auténticos, a aceptarnos tal como somos con todas nuestras luces y sombras, con patetismos y detalles. Mi mentora, la gran María Leonor Velásquez, me explicó la percepción de necesidad y fragilidad de la ternura, que nos llevan siempre al cuidado y al afecto. Felipe, un artista que escucho cada domingo, recordó a San Agustín cuando decía: “Ama y haz lo que quieras”. Por eso, cuando nos permitimos ser tiernos, estamos dando permiso a los demás para hacer lo mismo, creando autenticidad y conexión mutua, y sanamos las heridas emocionales causadas por experiencias de rechazo o abandono. Al abrazar la ternura, abrimos la puerta a una vida más plena y significativa, donde las conexiones humanas genuinas son norte y renacimiento.