Las palabras unen. En el inicio, el creador optó por hacer el mundo con ellas. Desde entonces, cada vocablo es un fiel mensajero de la fuerza con la cual se levantaron los cimientos del universo. La primera expresión que emanó la divinidad fue el verbo que todo lo puede: hágase dijo Dios… y entonces todo fue hecho. Han transcurrido siglos de siglos, y las palabras siguen dominando nuestros días. Determinamos nuestra existencia en función de las oraciones que construimos. De párvulos pronunciamos sílabas ininteligibles para satisfacer las básicas necesidades infantiles. Cuando jóvenes utilizábamos ideas más elaboradas para presumir habilidades que nunca tuvimos en inocentes juegos. Siendo adolescentes, nunca escatimamos palabra alguna para conquistar la mujer de nuestros sueños. De adultos nos valemos de estas mismas herramientas para llevar el pan a la mesa. Nunca dejamos de emplearlas, sin importar cuál sea nuestra condición.
Pero de todas las facetas humanas, tal vez resulta la política la que usa y abusa del lenguaje. Los ejemplos abundan: Martin Luther King Jr. es famoso por su discurso “I Have a Dream”. En este discurso, King utilizó la repetición de palabras y frases, así como también vívidas metáforas, para transmitir su visión de igualdad y justicia para todos los ciudadanos. Por ejemplo, habló de “las llamas de una marchita injusticia”, “la larga noche de cautiverio”, “una solitaria isla de pobreza” y “las arenas movedizas de la injusticia racial”. También se valió de una poderosa carga emotiva para darle un mensaje de autoridad moral a su discurso.
Beatriz Gallardo Paúls, investigadora y catedrática de Lingüística General en la Universitat de València, realizó un análisis del discurso político en el que se observó cómo los partidos políticos utilizan el lenguaje. En su libro “Usos políticos del lenguaje. Un discurso paradójico”, Gallardo Paúls analiza los argumentos de los dos partidos mayoritarios españoles, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español. En su análisis, identifica varias estrategias discursivas que los partidos utilizan para gestionar las paradojas inherentes al discurso político.
Cicerón creía que el buen orador no solo debía ser capaz de enseñar y deleitar a su audiencia, sino también de conmover sus ánimos. Esto significa que el orador debe ser capaz de transmitir información de manera efectiva, entretener a la audiencia y también evocar emociones en ellos. Lamentablemente en Colombia hemos olvidado la fidelidad en las palabras. Las empleamos arbitrariamente para acomodarlas según la ocasión y, a través de ellas, tergiversar el sentido de la realidad. En un contexto tan cambiante se han empleado las medias verdades como una nueva forma de mentir.
Hace un par de años, algunos personajes de la política nacional censuraban con vehemencia situaciones como el precio del combustible y hoy defienden con mayor ímpetu sus estratosféricos precios; convocaban abiertamente al diálogo y reclamaban espacios de participación, mientras hoy utilizan el dedo acusador en contra de aquellos que, en pleno ejercicio de sus derechos, deciden levantar su voz de protesta contra un gobierno que no comparten; incitaban a la parálisis general como una forma de protesta y hoy se escandalizan cuando se propone algo similar. En política las palabras deben ser sinónimo de coherencia, respeto y buen juicio. La fraternidad nos debe unir y el sentido que le damos a lo que expresamos debe ser una expresión constante de lealtad y honestidad política. Podemos lograrlo.