¡Cuán maravillosa es la concepción! De partículas microscópicas aderezadas por dosis de amor, se construyen figuras humanas tejidas como finas réplicas del Eterno Dios. Cadenas de interminable información genética son transportadas a través de células que replican la vida de manera constante. Estas son las mensajeras de la vida y los arquetipos de la creación. Aunque parezca absurdo expresarlo, en la concepción intervienen dos. Aquel escenario dual se olvida siempre que se aborda el espinoso tema del aborto. Mientras la atención ha estado históricamente centrada en el papel de la mujer en la concepción y gestación, la responsabilidad masculina en este acto fundamental a menudo se oscurece en las sombras de la percepción cultural.

En algunas oportunidades concebir es una decisión de pareja, una opción de vida sobre la cual se edifica una familia que esperamos nos acompañe hasta la sepultura. En otras, en las más tristes, es un accidente, una casualidad o, peor aún, producto de un hecho criminal. La violencia sexual contra la mujer no solo se erige en un delito execrable contra una dama que ha sido víctima de un miserable que la tomó por la fuerza, sino que, en caso de embarazo no deseado, comporta una conducta vil contra una pequeña criatura que tarde o temprano debe asumir las consecuencias de un hecho del cual no fue partícipe.

Pero existe una tercera categoría que también debe considerarse. Los hombres que se sustraen de sus obligaciones y deberes como padres. A pesar de su posición, a veces periférica en el proceso físico de gestación, deben enfrentarse a la realidad de que su contribución biológica tiene implicaciones más allá de la intimidad del acto. La nueva vida que puede florecer a partir de esa unión demanda una decisión consciente y una participación tanto de hombres como de mujeres.

En el contexto del “aborto masculino”, la toma de decisiones por parte de los hombres adquiere una relevancia crucial. La concepción no es solo una cuestión de fertilidad física, sino un crisol de elecciones conscientes que requiere la colaboración y consideración de ambas partes. Los hombres deben decidirse no solo a participar en el proceso de concepción, sino también a asumir la responsabilidad que la creación de nueva vida conlleva. La contribución de los hombres en la concepción humana va más allá del momento fugaz de la unión física. Requiere una reflexión profunda sobre las consecuencias de sus acciones, un compromiso con el bienestar de la potencial nueva vida y una disposición a abrazar la paternidad con todas sus complejidades. Este compromiso va más allá del acto físico y se convierte en una elección moral y filosófica.

La participación masculina en la decisión de concebir es fundamental para edificar una vida fundada sobre principios morales sólidos. La elección de engendrar vida implica no solo reconocer la propia contribución biológica, sino también asumir la responsabilidad compartida de dar forma al destino de esa vida en gestación. En este acto de creación, hombres y mujeres se convierten en coautores de una historia que trasciende la individualidad y se entrelaza con el tejido mismo de la humanidad.

La decisión de los hombres en este contexto no debería limitarse a la elección de desconocer o evadir la realidad que la paternidad implica. Más bien deben afrontar una decisión consciente, basada en la reflexión que les permita señalar el comienzo de una nueva narrativa en la danza de la concepción humana, pues de muchas maneras nosotros también estamos llamados a evitar el primer aborto de un niño no nacido que pierde el apoyo de su progenitor: el aborto masculino.