Hay que decirlo: para exaltar los valores de la mujer no necesitamos que se celebre el Dia Internacional de la Mujer, ni esperar a que sea el Dia de la Madre ni tampoco el Dia del Amor y la Amistad. A la mujer hay que exaltarla todos los días. Debemos reconocerle lo que aporta a la sociedad, hacerla sentir la persona más importante en la familia, demostrarle que es fundamental en nuestras vidas, recordarle que tiene un alma noble, repetirle que sin ella nuestra existencia no tiene sentido y que en el hogar ella es luz cuando hay oscuridad, alegría cuando nos invade la tristeza y claridad cuando el camino se nubla. No debemos esperar a que llegue el día de su cumpleaños para homenajearla y, de paso, expresarle palabras que tengan aliento poético. Todos los días debemos celebrar su existencia. 
Monseñor Ramón Angel Jara, un obispo chileno, escribió: “Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el gemido de un niño, y siendo débil se resiste a veces con la bravura del león. Una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud”. Estas frases pertenecen a “Retrato de una madre”, una corta pieza literaria que el entonces obispo de La Serena escribió para exaltar a la mujer que nos trajo al mundo, esa que sintió los dolores del parto cuando nos dio a luz, la que nos alimentó nueve meses en su vientre. En estas cortas palabras está expresado lo que una madre es capaz de hacer por un hijo. 
El solo hecho de ser dadora de vida es suficiente para enaltecer a cada momento a la mujer. Antes que ejecutivas, emprendedoras o profesionales ellas son madres. Su vientre acogió ese pequeño espermatozoide que engendró una vida. Sin ella el milagro de la existencia no sería posible. Porque la mujer ofrece su cuerpo no como un cántaro donde se escancia el goce sexual, sino como un cofre sagrado que da luz al mundo al permitir el nacimiento de un ser humano. El titulo mayor de una mujer es “Madre”. Esa semilla que fecunda en su vientre es su mayor orgullo, su realización personal, su motivo de alegría. La mujer sabe que vino al mundo a cumplir una misión: ser el origen de la vida. Por esta razón es innata en ella la ternura, la entrega, el sacrificio. Ellas saben dar amor. 
Un tema recurrente en la poesía es la mujer. Ella es inspiración, iluminación de los sentidos, música en el alma enternecida, luz que ilumina nuestra casa. Neruda dijo que son “corazón del viento latiendo sobre nuestro silencio enamorado”. Eduardo Carranza escribió que tienen “voz de lirio moreno” y “un surtidor de sueños en la frente”. Francisco Luis Bernárdez sentenció que al escuchar su voz “la rosa empieza a conocer que es rosa”. Jorge Robledo Ortiz dice que su risa es “como una dulce música remota”. Jorge julio Echeverri canta que recorre “la piel de la mañana en busca de su olor a cera y a sahumerios”. Mario Benedetti sostiene que la mujer “es linda desde el pie hasta el alma”. Y Oscar Golden las exaltó al cantarles “con el fulgor de una estrella iluminaron su cara”.
Una mujer fue lo primero que vimos al abrir los ojos. Por lo tanto, fue el primer olor que percibimos y la suya la primera palabra que escuchamos. En su boca brotó la primera sonrisa que oímos, de sus manos recibimos la primera caricia, de sus ojos la primera mirada y de su cuerpo el primer alimento que tomamos. Nos tuvieron nueve meses en su vientre consintiéndonos, hablándonos, llenándonos de ternura. En ellas descubrimos el amor. Con una mirada que nos bañaba de luz se encendió en nuestro corazón este sentimiento, en unas manos preparadas para las caricias descubrimos la felicidad, en un cuerpo de redondeces hermosas despertamos a la pasión. Lo dijo Neruda: “Cuerpo de mujer, blancas colinas. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar al hijo del fondo de la tierra”
Nuestro complemento existencial es una mujer. Nadie puede decir que en su vida no ha tenido influencia un ser adornado de tantos valores. Ella ha estado siempre ahí, a nuestro lado, llenándonos con su cariño, entregándonos su amor, ofreciéndonos su mano para continuar nuestro camino. Si en la niñez una mujer fue nuestro soporte para hacernos hombres, en la juventud fue la destinataria de nuestros sentimientos, y en la madurez la compañera excelsa que nos dio unos hijos para prolongar nuestra sangre. La mujer es compañera, amiga, confidente, esposa, amante. Tiene un corazón grande para entendernos, un alma noble para aconsejarnos, unos ojos iluminados para cuidarnos y unas manos listas a socorrernos. Exaltemos su existencia porque ellas llenan de alegría al mundo.