Al leer el título de esta columna quien lo hace puede preguntarse: “¿A qué sacrificio se irá a referir este señor?” Bueno es aclararlo de entrada. Uno de los significados que a la palabra sacrificio le tiene la Real Academia de la Lengua es este: “acto de abnegación inspirado por la vehemencia”. Me pregunto entonces: “¿Es un sacrificio la muerte de alguien que es capaz de poner en riesgo su vida al denunciar con vehemencia hechos que ponen en entredicho la supuesta honorabilidad de una persona? Quien muere por revelar la verdad, por denunciar la corrupción, por cuestionar las triquiñuelas de la política, por informarle a la comunidad que una persona es indigna de representarla, si se sacrifica. Quien se atreve a hablar sobre estos temas sabe que sobre su cabeza pende una espada de Damocles.
Esta introducción para decir que eso fue lo que ocurrió con el asesinato, hace veinte años, de Orlando Sierra Hernández. El entonces subdirector de La Patria se sacrificó por revelar la verdad, por poner en conocimiento de los caldenses el prontuario de Ferney Tapasco, por tratar de aislar de la actividad política a un sujeto con serios cuestionamientos éticos y morales. Él sabía que hacerlo le podría costar la vida. Sin embargo, demostró abnegación en querer limpiar la política en Caldas. No le importó recibir amenazas. Solo buscaba dignificar esta actividad, luchar para que no la ejercieran individuos con deudas pendientes con la justicia y, además, para que los servidores públicos fueran personas decentes, sin mácula alguna, que no busquen enriquecerse sino servir a la comunidad 
¿Por qué digo que la muerte de Orlando Sierra Hernández fue un sacrificio? Porque sacrificó su vida en aras de que brillara la verdad. A su propia hija le dijo un día que si algo le pasaba el responsable era el entonces presidente de la Asamblea de Caldas. Esa seguridad de que lo iban a matar lo llevó a escribir una de sus más recordadas columnas: “Cogito, ergo, ¡Pum¡”. Le agregó: “Pienso, luego ¡Pum¡ Tomando una frase que, según él, pronunció una condesa italiana cuando se enteró de que Benito Mussolini decidió entrar en la Segunda Guerra Mundial, “Si aquí no nos damos prisa, va a ocurrir una catástrofe”, señalaba que en Caldas podría pasar igual si no se dignificaba la política. El título de la columna lo tomó de una frase de Descartes: “Cogito, ergo sum”, que significa “Pienso, luego existo”.
Cogito, ergo ¡pum! Pienso, luego ¡Pum! es el título del libro que Editorial La Patria acaba de publicar para honrar la memoria del periodista que transformó su redacción en un semillero de comunicadores que bajo su batuta le dieron al periódico un nuevo aire, enriqueciendo sus contenidos y abriéndole espacio a las expresiones juveniles. Escrito por Fernando Alonso Ramírez, un periodista con bagaje intelectual, el libro es una investigación profunda sobre su asesinato. En un estilo periodístico limpio, con sobriedad en la construcción de las oraciones, adobado con notas sobre la formación del periodista y nostalgias sobre su paso por la redacción del periódico, Fernando Alonso Ramírez condena el asesinato y, a la vez, exalta el trabajo intelectual de quien fuera el columnista más leído de la región.
Cuando en la columna citada arriba Orlando Sierra Hernández se preguntaba “¿Dios mío, por qué no me hiciste un poco más cobarde y resignado?”, estaba hablando sobre esa responsabilidad que asumió con sus lectores de ser el veedor de una sociedad que le exige a su clase dirigente transparencia, y no buscar enriquecerse con los dineros públicos. Su voz se levantó para condenar a un político que utilizó el poder para beneficio propio, saltándose valores como la honestidad. Por esta razón escribió: “A callar, chitón, a lo tuyo capullo, a otra cosa mariposa”. ¿Qué quiso decir? Que lo querían callar. Sin embargo, siguió ahí, contra todo riesgo, convirtiéndose en una especia de Catón. Quería abrirles los ojos a los caldenses sobre lo que pasaba. Y remató: “Yo también, lo confieso, le temo al ¡Pum!”
Fernando Alonso Ramírez reconstruye, en un libro escrito con el corazón, la investigación que hizo posible que el asesinato de Orlando Sierra Hernández no quedara impune. Cogito, ergo ¡pum! Pienso, luego ¡Pum! fue pensado para que no olvidemos su sacrificio, ni el nombre de quien ordenó asesinarlo. Una obra que queda para que lo recordemos como el periodista integro y brillante que pagó con su vida tener el valor civil para escribir contra un político que escondía un pasado oscuro. Fernando Alonso Ramírez, como autor, alcanza aquí un momento estelar en su carrera como periodista investigativo. Porque demuestra que tiene valor civil para dejar un testimonio escrito sobre un crimen que conmovió a Colombia. Y que el dolor por la muerte de su mentor periodístico sigue atormentándolo.