Alguna entidad especializada en estadísticas debe ponerse en la tarea de registrar el tiempo que se invierte en polémicas, como un índice de la eficiencia o ineficiencia de los ejecutivos que tienen la responsabilidad de gobernar, con una comunidad bajo su responsabilidad, a la que deben garantizarle el bienestar que prometieron cuando la seducían para conquistar el voto, en los pueblos donde impera la voluntad popular, expresada en las urnas electorales.
El poder es un camino, no una meta. La meta es coronar el período constitucional establecido con resultados que enaltezcan al gobernante, que sólo pueden cuantificarse en términos de bienestar de la comunidad, con cobertura de las necesidades más sensibles: económicas, sociales, culturales, laborales, etcétera. El éxito de un mandatario no se mide por la frecuencia de las polémicas que desata; ni por su intensidad. Tampoco por la cantidad de mensajes que pone a circular por las redes, para anunciar reformas que deben tramitarse por las vías legales. Menos aún por las declaraciones que les da a los medios, con ánimo protagónico. Ni por los viajes que realiza para participar en encuentros internacionales que se ocupan de temas diversos, y hacer propuestas que no trascienden el tiempo que dura la conferencia; y a las que nadie les para bolas.
La responsabilidad de un mandatario es trabajar para alcanzar los mejores índices posibles de bienestar de las comunidades que representa, sin discriminar a quienes lo eligieron de los que optaron por candidatos distintos; y menos ubicar a estos últimos en regiones específicas y tomar venganza contra ellos, obstaculizando obras que son indispensables y ya están en curso, con convenios interinstitucionales que deben cumplirse, porque son responsabilidades avaladas por el Estado, sin importar qué gobernante anterior las suscribió.
El pedestal de la gloria se levanta con hechos concretos. De la verborrea no queda nada, porque las palabras se las lleva el viento, mientras que las realizaciones, evidenciadas en hechos materiales de interés común perduran y dejan huellas que benefician a sucesivas generaciones y quedan históricamente ligadas a los nombres de quienes las hicieron posibles.
Síntoma preocupante de fragilidad mental, ética volátil, falta de responsabilidad institucional, ego enfermizo y carencia de patriotismo legítimo es utilizar los recursos del poder para dirimir disputas políticas, sin tener en cuenta los derechos de los gobernados, dueños legítimos de los bienes puestos a disposición del gobernante, con destino a menesteres distintos de dilapidarlos en hacer populismo con miras a ganar adeptos para futuros eventos electorales que garanticen su permanencia al mando, por sí mismo o en cabeza ajena.
Casos concretos en Colombia como sabotea el Gobierno al Metro de Bogotá y el Aeropuerto del Café; y obras vitales para el país como las vías que se adelantan en Antioquia; y frustrar la celebración de los Juegos Panamericanos en Barranquilla, indican que la vanagloria ha superado a la razón.