Lo imprevisible no tiene solución distinta de dejarlo en manos de la Providencia, y cuando las cosas pasen se toman medidas. Sin embargo, las comunidades con frecuencia son afectadas por calamidades que se hubieran podido evitar tomando medidas oportunamente. Estos hechos, que casi siempre provocan desastres, suceden porque los responsables de evitarlos no lo hacen, por indolencia, incapacidad o desidia. Sobra citar ejemplos, pero no está de más referirse en Colombia a problemas derivados del mal manejo y mantenimiento insuficiente de vías vitales para la intercomunicación de las regiones, como Bogotá-Villavicencio, Medellín-Quibdó y Quibdó-Pereira, que en forma intermitente se interrumpen, causando muertes, sobrecostos en el transporte de pasajeros, alimentos y combustibles y perjuicios a pobladores, comerciantes y agricultores ubicados en las márgenes de las carreteras, de lo que se ha sufrido desde tiempos lejanos, sin que se produzcan soluciones de fondo, pese a que autoridades y técnicos las conocen, pero siempre hay disculpas presupuestales o trámites burocráticos que impiden ejecutarlas. Y de un tiempo para acá aparecieron otros obstáculos imposibles de eludir, como las consultas populares y las licencias ambientales, que tras sus buenas intenciones llevan una carga de incapacidad burocrática, clientelismo, politiquería y corrupción.   
Las regiones de Caldas y Tolima, por las que se transita para comunicar a Manizales con Bogotá, han sido testigos de los miles de millones que se han enterrado en la construcción y mantenimiento de una vía defectuosa e insegura, cuando desde el principio la ingeniería recomendó hacer túneles y viaductos que eliminaran curvas y obstáculos, además de acortar el recorrido y el tiempo necesario para cubrirlo. Pero a esa iniciativa se han opuesto intereses de departamentos, municipios, corregimientos y veredas, representados por sus respectivos caciques y jefes políticos, cada uno asesorado por contratistas amigos, por lo que la carretera al Magdalena no ha pasado de ser una vía lenta e insegura. Así se ha mantenido la misma “culebra” de carretera por décadas, impidiendo que haya una vía rápida, eficiente y segura, que garantice una buena comunicación del centro colombiano con la capital de la República. 
La imprevisión ha sido, desde tiempos lejanos, una constante en vías de comunicación y en muchos otros frentes vitales para el bienestar de las comunidades, a lo que hay que sumarle la incapacidad de burócratas politizados. Eso explica que, en los últimos 20 años, para no ir más lejos, se haya sostenido durante 8 años (2002-2010) a un inepto en el Ministerio del Transporte; y que, después de otros 8 años (2010-2018) de desempeño eficiente en la construcción de nuevas y excelentes vías, se haya frenado el proceso por odios políticos (2018-2022), y que, últimamente, desde 2022, no se esté haciendo nada. Los funcionarios responsables de la infraestructura vial sólo aparecen cuando sucede una tragedia, para hacer promesas que nunca se cumplen; y tomarse la foto.