El lector, que lo hace por placer y curiosidad intelectual, se acoge a lo dicho por el gran escritor y pensador argentino Jorge Luis Borges: “la única condición que debe tener una novela es que entretenga al lector”. A Borges le fue esquivo el Premio Nobel de Literatura por su postura ideológica derechista, que influye en las decisiones de la fundación sueca que creó el inventor de la dinamita, Alfred Nobel. El lector desprevenido encuentra que la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, es una divertida historia, frívola tal vez, pero que vale la pena disfrutar. Todos los libros del nobel colombiano, unos más y otros menos, son novedosos, amenos y bien escritos; con riguroso apego a las normas del idioma español, sin los esnobismos de quienes pretenden crear escuelas deformando la ortodoxia gramatical. O politizando el idioma. Eso está sucediendo con gobernantes, congresistas, predicadores y conferencistas y el idioma “incluyente”.
El crítico de oficio, en todas las expresiones de la creatividad artística, desde el olimpo de la suficiencia, les dice a los creativos cómo hacer lo que ellos no saben hacer. El lector “deportivo”, en cambio, sin pretensiones distintas a las de hacer buen uso del tiempo disponible, no aspira con la lectura a resolver la cuadratura del círculo o a entender los misterios de la relatividad, con la que el genio de Einstein asombró al mundo científico. Y menos a entender los sucesos que han atormentado al mundo, como los que protagonizaron los últimos emperadores romanos que destruyeron el poderoso imperio con sus extravagancias e incapacidad mental; y los más recientes de seudo emperadores que, arropados por una democracia decadente, asumen posturas imperiales, que, en la práctica, son depredadoras. Nuevas “vidas paralelas”, al estilo de Plutarco, podrían incluir a gobernantes actuales en Latinoamérica, émulos de Nerón y Calígula, que gobiernan para “vivir sabroso”. Ortega y Maduro, por ejemplo, entre otros.
Una buena forma de adquirir conocimientos generales es leer biografías, por el cubrimiento del entorno personal y el desempeño público de aquellos personajes que, de una u otra manera, han sido protagonistas de la historia. Llama la atención en algunos de ellos el rigor de sus principios y valores, abstracción hecha de los resultados de su gestión política. Charles de Gaulle, presidente de Francia después de la Segunda Guerra Mundial, había recibido un avión de regalo del presidente Truman de los Estados Unidos y una limusina del primer ministro Churchill, de Gran Bretaña.
Cuando terminó su mandato, el avión lo entregó a la fuerza aérea francesa y el lujoso automóvil lo envió al palacio del Eliseo, con el argumento de que ambos le pertenecían al Estado, no a él. Su única propiedad era la casa de Colombey-les-Deux-Églises, una población cercana a París. Allí se refugiaba a descansar de los ajetreos oficiales y de su entorno no volvió a salir hasta su muerte. Cuando aspiró a una nueva reelección y fue derrotado, alguien propuso que, como tenía pensión de brigadier general, fuera ascendido a general efectivo para mejorarle la mesada. De Gaulle rechazó la idea, argumentando que él ya no era militar. Cuestión de honor.