En unos años, más cerca de lo que se piensa, se encontrarán referencias sobre los antiguos humanos  quienes usaban instrumentos manuales pequeños que servían para escribir. Podrá recordarse el lápiz, el estilógrafo y el bolígrafo, con sus características especiales.
El lápiz, desde 1760 se asociaron  grafito y  madera, inicialmente enebro. Construido para diferentes usos.
La pluma patentada en Francia en 1827.
Los bolígrafos visibles entre 1910 y 1920, su gran utilización comenzó en 1935 en Europa. 
Las máquinas de escribir desarrolladas en diferentes etapas y modelos, hasta la introducción de la máquina eléctrica en 1914.  
En 1970, comenzó la utilización masiva de los procesadores de texto.
Para todo se formalizó la mecanografía.
Paulatinamente se pierde el arte de escribir a mano. Las extremidades superiores distales han sido adaptadas al manejo de equipos que transfieren las ideas, conceptos, análisis y todo tipo de comunicación comenzando por la personal al papel, en camino de desaparecer, o a sistemas de almacenamiento electrónicos.
Inclusive la firma, un acto personal e intransferible, ha caído en la órbita de lo digital.
Llega un artículo escrito por  el columnista Carlos Javier González Serrano en el Diario de España que tituló: Necesitamos escribir a mano,  que impacta por los argumentos que expone ante la escritura. Del artículo se extraen varias partes que merecen reflexión y decisiones. 
…invito a mis estudiantes a que escriban a mano porque esta acción, en apariencia insignificante, congela nuestra hiperestimulada realidad y nos procura el tiempo preciso para poder entender cuanto nos rodea. La escritura nos permite recuperar nuestro tiempo….
El problema de los ritmos acelerados que hemos acogido es que hemos introducido esas prisas en todos nuestros procesos vitales; comemos rápido, leemos y escribimos rápido, paseamos rápidamente. Todo ha de estar sujeto a los estándares de la productividad, la rentabilidad, la utilidad y la eficacia. En parte, por eso se escribe menos a mano, porque es un proceso que requiere tiempo y esmero; la tecnología ha automatizado diversos procesos que hace unos años se llevaban a cabo en calma y que encerraban altas dosis de concentración, pero también de placer.
… No consiste en execrar la tecnología, sino en impedir que el instrumento nos instrumentalice…Hay algo que también debería preocuparnos, el llamado analfabetismo funcional; nos estamos arriesgando a que las nuevas generaciones sepan escribir, leer y pensar pero que no quieran escribir, leer ni pensar porque se les da todo hecho.
…. Nos hemos acostumbrado a estar enfermizamente ocupados. En este panorama de prisas y estrés, escribir a mano se ha convertido en un acto de sana rebelión y lúcida disidencia, en una reivindicación de nuestra libertad y en un reclamo de nuestro espacio de independencia. 
Agarrar un bolígrafo y sentir que somos nosotros quienes escribimos, que ejercemos fuerza contra el papel… nos hace dueños conscientes de nuestro cuerpo. La escritura a mano nos une al mundo, nos hace partícipes de él a través de objetos que podemos manipular, con los que nos manchamos o nos podemos equivocar Hoy, gran parte de los adolescentes y muchos adultos manifiestan estrés y nerviosismo si no permanecen cerca de su móvil o constantemente conectados, pero lo que no cuestionamos son los hábitos. Pasamos horas colgados de estos dispositivos y sufrimos una auténtica adicción que no ponemos en duda, la damos por sentada gozosamente mientras encadenamos con ello nuestro ánimo y nuestra inteligencia.
… El ser humano es un ser esencialmente narrativo. Su identidad se forja a través de los relatos que se cuenta sobre sí mismo a los demás y a su yo…
Al escribir reconquistamos, con ello, nuestra libertad.
Nota: Ahora, parece imposible regresar a la escritura a mano.