Para quienes han sido criados en la tradición judeocristiana, el Diablo es la encarnación del mal, representado en la visión escatológica de la sociedad y que la doctrina de la Iglesia Católica desarrolló a través de distintas Encíclicas especialmente las dictadas por el Papa León XIII. De tiempo atrás había escuchado y leído sobre un diablo completamente diferente al de la Iglesia, uno fuerte que emanaba de las montañas del cerro del Ingrumá, alegre y bonachón que invitaba a la reconciliación de un pueblo triétnico y eso sí, un innegable inspirador político. Era el Diablo del Carnaval de Riosucio y para conocerlo tuve el privilegio de alojarme en la casa del distinguido historiador y columnista de LP Álvaro Gartner Posada, un recio riosuceño y caldense convertido en toda una autoridad en materia de celebridades míticas y rituales carnavaleros. Al recorrer las calles, el primer impacto me lo generó el hecho de que dichas festividades paganas estaban auspiciadas por el Aguardiente Antioqueño y no por la Licorera de Caldas a pesar de su abundante presencia con el “Amarillo de Manzanares”. Al observar el espontáneo desfile de “entrada de colonias” y el de “Cuadrillas de Mayores” con sus respectivas presentaciones, considerado el principal rito del carnaval, queda en evidencia el carácter oral y popular de la festividad. Ya cerca de la media noche y al momento de ingresar “su majestad” el Diablo, el alborozo era total, los ríos de público eran incontables e incontenibles y con su paso lento se mostraba grandioso y descomunal. Y mientras llegaba la quema del Diablo y el entierro del Calabazo la gente se dedicaba a disfrutar de las verbenas populares y las orquestas que comienzan a tocar después de las tres o cuatro de la madrugada ¡hágame el favor! y yo que pensaba que las mas trasnochadoras eran las parrandas vallenatas. Sin embargo, la figura del diablo no es exclusiva de los festejos en Riosucio pues también es utilizada en las fiestas de los “Diablos Arlequines de Sabanalarga” en los departamentos de Bolívar, Magdalena y Cesar y en los “Diablos Danzantes de Valledupar y Atánquez” en las celebraciones del Corpus Christi de estas poblaciones. Pero a pesar de la antigüedad y tradición de estas festividades, las de Riosucio son sin duda, las de mayor reconocimiento nacional.  Pero no todo es color de rosa: los Carnavales de Riosucio están amenazados. En la columna que escribiera Alvaro Gartner el pasado 6 de enero en LP (“Hoy hay Carnaval; ¿habrá mañana?”) dejó en evidencia sus profundas preocupaciones por la afectación cultural del mítico evento, manifestando que “lo ceremonial es desplazado por la parranda” y responsabilizando también a los propios riosuceños de quienes dice “se enorgullecen de la fiesta, pero permiten que la destruyan”. En efecto, pude observar que mientras las cuadrillas se presentaban en los tablados (la oralidad del Carnaval), la mayoría del pueblo ni se enteraba del sagrado momento, por andar bailando en las calles en una estridente competencia musical de improvisados bailaderos alrededor de las dos plazas. Las anteriores preocupaciones también quedaron plasmadas en las distintas opiniones registradas en el Facebook de la Corporación Carnaval de Riosucio, donde se destacó el temor ciudadano por ver convertido el Carnaval en una “fiesta de pueblo” o sea sólo trago, borrachos y baile. Para conocer a fondo sobre el significado del majestuoso evento, recomiendo la lectura del texto “Carnaval de Riosucio: la poesía desenmascara la realidad” que recoge el discurso pronunciado por Alvaro Gartner como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia (Revista Boletín de Historia y Antigüedades No 874 enero – junio de 2022).