Recientemente estaba almorzando en un reconocido restaurante del centro de la ciudad. La carne no olía bien; a mi juicio estaba “pasada” como decimos para referirnos a la comida descompuesta o rancia. El mesero dijo: “huele así, pero está buena”. Igual, no siguieron sirviendo el maloliente plato a ningún comensal. Posterior al jueves 9 de marzo, el agua de la ciudad comenzó a llegar a muchos hogares sin su característica transparencia y con olor a tierra. Aguas de Manizales explicó que se debía al incremento de las lluvias y a la turbiedad de las cuencas que abastecen de agua la planta de tratamiento Luis Prieto Gómez en la vereda Gallinazo; pero que era potable y apta para el consumo humano, o sea, huele así, pero está buena.
La presencia de elementos externos al agua ha sido no sólo por cuestiones accidentales, sino también por la propia voluntad de los gobiernos. Manizales fue pionera en Colombia en incorporar flúor al agua potable, con el fin de hacer los dientes más fuertes y evitar los efectos de las temidas caries. Dicha mezcla llegó a los grifos de los hogares hasta que el Ministerio de Salud decidió trasladar la presencia del flúor y el yodo a la sal. Desde la fundación de Manizales, ha habido una incesante preocupación por garantizar calidad y cobertura en el agua potable a los ciudadanos, propósito que aún no ha sido cumplido en su totalidad. Si bien la cobertura en el área urbana puede calificarse de muy satisfactoria, no puede pregonarse lo mismo del área rural, donde un grueso número de la población sigue careciendo de alcantarillado y todavía siguen hirviendo el agüita de manera cotidiana.
Una lectura a la magistral obra de Jorge Enrique Robledo (La Ciudad en la Colonización Antioqueña: Manizales, 1996) permite concluir, que los primeros 80 años de la ciudad fueron realmente difíciles en materia de garantía de abastecimiento y cobertura del agua, situación que afectaba ostensiblemente la salud y la higiene de las primeras manizaleñas y manizaleños, quienes no se podían bañar a diario y donde las excretas humanas eran arrojadas alrededor de los propios vecindarios por rudimentarios caños, o en el mejor de los casos en las privilegiadas y exclusivas letrinas. Hoy, la situación ha cambiado más de forma que de fondo;  el servicio de alcantarillado no cuenta con una planta de tratamiento y las aguas residuales son arrojadas a través de 180 puntos de vertimientos al río Chinchiná y a las quebradas Olivares y Cajones. Se supone que la construcción de la PTAR solucionará parcialmente el problema.
A través de la historia se diseñaron distintas estrategias para solucionar la carencia de agua en la ciudad: en bronce y de origen inglés la Fuente de los Fundadores, se conserva intacta, bella e imponente. Un maravilloso bien de interés cultural adquirido por el Concejo de Manizales (1887) y que fuera posteriormente vendido al municipio de Santa Rosa de Cabal disque para modernizar nuestra Plaza de Bolívar. Gracias a la filantropía de Rosa María Gutiérrez y Alfonso González, quienes la compraron nuevamente, fue que volvió al lugar de donde no debió haber salido. De la fuente dijo Blanca Isaza de Jaramillo (La Patria, 17.01.1964): “Se la pasa conversando sola bajo las estrellas y en el trajín diario de la ciudad, ella está cantando madrigales, indiferente al bullicio”. La Fuente de los Fundadores lleva más de 130 años en nuestro territorio, erigiéndose como símbolo de la búsqueda del bienestar comunitario y que no se trajo para adornar, sino para garantizar lo que es insustituible para el ser humano, el agua.