Las amistades se tejen de formas misteriosas. Eso lo entienden bien el escritor Marcus Goldman y el sargento Perry Gahalowood. Después de una tortuosa relación de fuente, el policía; y de investigador, el escritor; los lazos entre estos dos personajes se han estrechado, aunque sus maneras de ser sean no solo diferentes, sino que los afectos vienen en sarcasmos y chistes flojos.

Estos son los personajes creados por Joël Dicker para su, hasta ahora, trilogía. De hecho con El caso Alaska Sanders se termina. Esta se inició con el superventas El caso Harry Quebert (2013) y continuó con El Libro de Baltimore (2016). Nada que hacer, este escritor sabe manejar la técnica para mantener atado al lector en busca del criminal. Conoce los secretos del oficio y los usa con solvencia.

Aunque hasta ahora ninguno de sus libros ha llegado a tener esa soltura del primero de esta saga, en esta nueva novela logra acercarse mucho. Solo un par de escenas que no cuadran le restan mérito. Amigo escritor, no puede haber un tiroteo en una comisaría, sin testigos y con tiempo suficiente para cubrir lo que realmente sucedido entre esas paredes. Menos, que pase una década sin idea de nada. No les daré detalles, pues no se trata esta de una columna que resume libros, sino de comentar sobre las impresiones que me han causado.

Mientras se destapan los secretos del asesinato de Alaska Sanders, ocurrido en una pequeña comunidad del norte de los Estados Unidos, en New Hampshire, suceden acontecimientos definitivos en la vida de Goldman y Gahalowood que los termina por llevar a investigar juntos, ya más como pareja que como un mal necesario. De trasfondo, vemos la consolidación de una amistad entre un hombre mayor, cercano a la sabiduría, y uno mucho menor, agobiado porque parece que tiene asuntos abiertos de su vida personal y emocional y necesita asirse a alguien que le dé luces.

Es un libro que pudo escribirse con un centenar de páginas menos, pero ya sabemos que las editoriales tienen medido el pulso de los lectores y lo que a estos les gusta.

Dicker conoce los secretos de la novela negra y los usa con solvencia para poner al lector a hacer elucubraciones, al mejor estilo de Agatha Christie, y resolver al final el caso de manera inesperada. El asesino no es el que parece.

Lejos está esta obra de Los últimos días de nuestros padres (2014), la novela que nos muestra los horrores de la guerra, un trabajo cargado de tristeza y de dolor, tampoco se ubica en el extremo de esa comedia que resultó ser La desaparición de Stephanie Mailer (2018).

Vuelve a los fueros de lo mejor de la novela negra. Un crimen que parecía resuelto, pero no lo está; un inocente en la cárcel, pero lleno de mentiras; dos hombres dispuestos a resolver el crimen; y varios personajes cargados de secretos y de historias incompletas. Mientras tanto, los protagonistas viven sus propios dramas personales y familiares, que los humanizan. Dos hombres vulnerables que, como una pareja de baile, se acercan y se distancian, según el ritmo de la música, o de la investigación.

Un libro entretenido que, si les gusta la novela de crímenes, seguro le sacaran provecho. Léanla y #HablemosDeLibros

Subrayados

* La hierba siempre es más verde en el campo del vecino.

* Es que era un perfeccionista y los perfeccionistas lo convierten todo en un drama.

* Las apariencias son el cemento de nuestra vida social.

* Con los secretos, lo difícil no es tanto callarlos como vivir con ellos.

* El amor no existe por sí mismo, se edifica.

* Un amigo es alguien que nos conoce bien y al que, a pesar de eso, queremos.