Pocos como ella conocen los secretos de los libros. Aún paladeamos con gusto en la memoria su extensa crónica sobre la historia de los libros, en esa obra maestra que es El infinito en un junco. Por eso, entra uno sin armadura a otro libro de la española Irene Vallejo.

El silbido del arquero es anterior a su superventas y es una reescritura en clave de modernidad, si se quiere, de La Eneida, un clásico sacado de sus versos que pocos se atreven a leer hoy, y que ella los convierte en una pieza nueva, aunque sea una historia vieja, con los mismos protagonistas y la misma definición.

Una obra que habla de cómo de una Troya vencida parten unos barcos para construir la nueva Italia, lo que a la postre será Roma. Eneas, el hombre que durmió con una diosa, unión de la que luego saldría una de las castas más importantes de la historia romana, la Julia, para engrandecer su imagen.

En un estilo polifónico, los protagonistas nos van contando en primera persona cómo pasan las cosas. El dato diferenciador es que una de esas voces es la del poeta Virgilio, el autor de la Eneida, el hombre que inmortalizó los viajes de Eneas, que humanizó el origen de Roma. , incluido el hombre que hizo eterna la historia de Eneas. Ese autor que se movía entre la libertad poética y la cárcel de servirle al Imperio, a Augusto.

Por toda esa sabiduría que contiene esta autora es que sabe con claridad cómo los creadores hacen de sus vidas la materia prima para construir las leyendas de sus héroes. Así es como logra mostrarnos con recursos literarios cómo las cosas que le pasan al poeta Virgilio se convierten en acciones y momentos de los personajes de su obra. En el hipertexto se puede leer cómo se puede construir una obra maestra.

Al hablar del poeta que cantó a emperadores y asesinos a manera de gesta, también nos mete en las honduras del conflicto moral que soportó este hombre que se vio arrastrado a tomar decisiones en lo que hoy con pompa llamarían el lado equivocado de la historia. Eso sí, con un fin para él loable en su momento, salvar la granja de sus padres, de su familia. De cómo Eneas intenta salvar a su progenitor y a su hijo en la huida de Troya, así sea visto por otros como un cobarde. Porque la vida de los héroes, nos lo deja claro Vallejo en la voz de Virgilio, es también la de quienes antes fueron perdedores. Los hace humanos, al fin y al cabo, según todas las leyendas, los dios envidian la capacidad creativa de los hombres.

Una buena manera de acercar a lectores modernos a los clásicos es esto de hacer una especie de remake, o para decirlo en castellano, de reescritura. Estoy convencido que una de las grandes dificultades para enfrentarse al texto de Virgilio o a cualquier otro clásico, es que se requiere de paciencia y de contar con un diccionario al lado, además de la cultura general, en este caso, sobre mitología romana. Un ejercicio parecido hizo hace poco Arturo Pérez-Reverte con Sidi, una actualización bastante bien lograda del Cid Campeador, obra de la que seguimos esperando la continuidad.

En El silbido del arquero, Irene Vallejo también toma solo una parte de la obra original de La Eneida, justo la llegada de Eneas a Cartago y su estancia allí antes de partir a cumplir con el destino que le encomendaron los dioses, mientras que Eros se queda con los crespos hechos y no pudo concretar el sueño de que el amor triunfara en este caso. Se desata la tragedia y también se inicia la enemistad que luego llevo a guerras eternas y que estudiamos en las clases de historia entre Cartago y Roma.

Los invito a leer esta obra para que hablemos de la historia de Roma, de su origen mitológico y para que #HablemosDeLibros.

 

Subrayados

* Y un náufrago siempre es un hombre alegre, al menos haste que se detiene a pensar.

* Cuando ya no lo esperaba, por sorpresa, brota la llamada de la carne, tan ronca, dulce y oscura.

* Una ciudad son sus hombres y no sus murallas.

* La magia de guardar las palabras se extenderá, y será un gran conjuro contra el olvido.

* Extraña paradoja de los mortales: el amor es una experiencia común, pero rara vez simultánea, jamás reposa equilibrado el fiel de la balanza.