Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com

 

La tarea de acompañar a un ser querido que se encuentra al final de su vida por alguna enfermedad, no es fácil. Se requiere establecer una conexión, que sirva de puente para lograr una comunicación emocional auténtica y sensible, que a la vez contribuya a que fluyan las palabras, los gestos y las actitudes respetuosas.

Para lograr una adecuada conexión, es importante ponerse en el lugar de la persona que está viviendo dicha situación e imaginar lo que está sintiendo: sus miedos, dolores por los cambios físicos del otro, la angustia por el inminente próximo final, la soledad. Cuando se logra comprender esta intimidad, entonces se acompaña de manera compasiva, sin reproches, ni exigencias.

En muchos casos, los familiares que gozan de perfecta salud, reclaman del enfermo y los médicos, actitudes heroicas en sus tratamientos, porque según afirman los dolientes: "No pueden vivir sin ellos. Pero estas son palabras y solicitudes que irrespetan, inclusive decisiones tomadas con tiempo y conocidas por las personas cercanas".

Hace unos días, conocí el caso de un señor que a pesar de tener el Documento de Voluntad Anticipada (DVA) firmado, su familia se opuso a que se respetara dicho pedido, lo que dio origen a conflictos y sufrimientos que se hubieran evitado, si de manera oportuna se hubiera acatado la decisión del enfermo.

De acuerdo con lo anterior, el Ministerio de Salud y Protección Social, en la Resolución 2665 del año 2018, declara que todas las personas en este país pueden ejercer su voluntad y autonomía para participar en las decisiones que haya que tomar, relacionadas con su salud, tratamiento y cuidado, si está incapacitado por una enfermedad o si de manera preventiva manifiesta con libertad y con pleno conocimiento, disposiciones y preferencias relacionadas con el final de su vida. Esto lo debe suscribir la persona en estado de salud o enfermedad y, según dice la Ley, ‘en plenas facultades legales y mentales’.

Lo anterior significa que es necesario tener claro lo que se quiere para el final de la vida, a fin de ayudar a los dolientes a que no se tomen decisiones que quizás posteriormente les puedan generar dilemas, además de prevenir el tener que pasar por tratamientos que no les van a llevar a recuperar la salud, ni mucho menos, la calidad de vida.

Por lo mismo es fundamental entonces, acompañar con bondad y generosidad, acariciar con suavidad, respeto, ternura, lo cual -por supuesto- une y genera sosiego.

Acompañar también es orar, como dice Frank Ostaseski, en su libro, Las Cinco Invitaciones: “Que estés en paz, que encuentres descanso, que tú sufrimiento llegue a su fin”.

 

* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.

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