Desde hace 15 años soy usuaria fiel de las herramientas de Google empezando por Gmail. En el contexto laboral desde el 2008 hice uso de la suite ‘Google Apps for Works’, y que incluía entre otras, 500 buzones de correo corporativo gratuito con el dominio de la empresa (ejm. lapatria.com), pero que en muy corto tiempo se redujeron a 200. 
La suite evolucionó de manera significativa en funcionalidades y capacidades de almacenamiento, así como en su nombre; pasando por ‘G Suite’ y llegando a ‘Google Workspace’. Cabe mencionar que dentro de este mismo contexto, y desde la misma época (2006), se liberó la suite ‘Google for Education’ pensada para colegios y universidades, también gratuita y con herramientas especializadas para el entorno educativo y que incluía hasta hace unos pocos meses, un TeraByte (TB) de almacenamiento por cuenta, tanto para estudiantes como para empleados de la entidad educativa. 
Un TB son 1000 GigaBytes, poniéndolo en términos prácticos, podrían ser la capacidad de almacenamiento de 16 teléfonos inteligentes; o 2 millones de fotos con un peso de 500 KB, o 100 mil correos electrónicos, 800 mil documentos y 20 mil presentaciones, con estimados promedio. Para quienes trabajen con video un TB no será mucho, pero para la mayoría de los usuarios sí lo es; sin embargo en la medida que crece la digitalización esa cifra puede quedarse corta.
Recientemente Google hizo un cambio en sus políticas, dejó de dar de manera gratuita a las empresas su edición básica de ‘Google Workspace’ y redujo el espacio, también gratuito, para las versiones de educación a 100 TB por institución, almacenamiento suficiente para más de 100 millones de documentos, 8 millones de presentaciones o 400.000 horas de video. Lo que levantó ampolla entre los usuarios que por muchos años disfrutaron de las mieles de la gratuidad y que seguramente les ahorraron a las instituciones muchos millones.
Hoy salgo en defensa de Google, ya que mantener esa infraestructura tecnológica implica altos costos, pero más allá de esto, está la responsabilidad medio ambiental, ya que esos grandes volúmenes de información que creemos necesitar, seguramente contienen basura digital, en mayor o menor grado, y tienen su efecto en la huella de carbono. Ese indicador ambiental refleja la emisión de gases del efecto invernadero  y como consecuencia el cambio climático.
¿Se han preguntado por el consumo eléctrico de los servidores que alojan esta información? Y eso sin hablar de los minerales contaminantes necesarios para su producción, o del trabajo remoto que obliga a tener servidores de alta disponibilidad en la nube. The Shift Project en marzo del 2019, afirmó que el consumo energético de la industria digital estaba creciendo anualmente a un ritmo del 9,5%. ¿Cómo habrá crecido post pandemia con todos los agravantes?
Pablo Gámez Cersosimo en su libro ‘Depredadores Digitales’, asegura que si la industria digital fuera un país, sería el cuarto con mayor polución en el mundo, ya que la huella de carbono digital supera los niveles de la industria de la aviación y de la marítima.
Por mi parte, antes de ampliar irresponsablemente la capacidad de almacenamiento de mis cuentas, prefiero empezar a limpiar, sabiendo que al hacerlo estoy poniendo mi granito de arena al planeta. Ahora bien, el tema no está solo en los datos, también en el hardware, es decir en los dispositivos y en la basura electrónica. Es una paradoja que la aceleración digital también esté acabando con el planeta.