Nunca había venido a la tierra tunecina, pero estar aquí al frente del mar Mediterráneo, cerca de donde estaba la mítica ciudad de Cartago, cantada por Gustave Flaubert en su novela Salambó, es una delicia inolvidable. En el siglo XIX los viajeros europeos y de otras regiones amantes de los orientalismos solían viajar al Magreb en busca de ruinas fenicias y romanas o de los rastros del imperio otomano que inspiró al novelista Pierre Loti.

El orientalismo siempre tuvo una connotación erótica para los blancos europeos de las potencias que dominaron en los siglos XIX y XX aquellas regiones inundadas por un sol permanente frente a las aguas mansas del mar Mediterráneo, en cuyo seno durante los milenios comerciaron y viajaron los habitantes de medio mundo llevando de un lado a otro sus mercaderías, jarras repletas de aceite de oliva, vino, cereales o especias, perfumes, joyas y cerámicas.

Puede decirse que en el Mediterráneo, especialmente en la vasta parte del norte de África, se inspiraron grandes obras literarias griegas y latinas que aún hoy hacen vibrar a los lectores, bibliomaniacos y bibliópatas del mundo. Desde antes de los tiempos de Alejandro Magno grandes viajeros, reyes, aventureros, iluminados, profetas como Pablo de Tarso y San Agustín y guerreros viajaron sobre esas aguas en ágiles naves visitando los grandes puertos como Cartago y Alejandría y muchos más, donde se construyeron algunas de las maravillas del mundo.

Se hablaba del Faro y la Biblioteca de Alejandría y de las maravillas de Cartago y muchas otras ciudades construidas por griegos y romanos en estas tierras, escenario de obras tan increíbles como La Odisea de Homero o La Eneida de Virgilio o El asno de oro entre muchas otras, sin contar las páginas del gran Herodoto que hizo un reportaje minucioso sobre los misterios y sorpresas de todas las civilizaciones presentes. Después, bajo dominio otomano, se pusieron de moda los sultanes y el mítico harem que inspiraba a los nostálgicos del orientalismo.

Mar rico en alimentos, proveedor de energía y sol, espacio interno donde se mezclaban todas las razas y culturas, el Mediterráneo sigue aún vivo y activo en estos tiempos del siglo XXI donde también se dan las guerras inspiradas en otras conflagraciones milenarias, como si el tiempo fuera cíclico y circular. Los pueblos que viven hoy en estos territorios fértiles y desérticos son los descendientes de soldados griegos, fenicios, romanos y árabes que después de viajes interminables decidían quedarse para siempre a este lado del mar, proveedor de los deliciosos dátiles y el generoso aceite de oliva. A veces bajo el reino de la paz y otras bajo el dominio del éxodo y la guerra.

Desde el alto fuerte de Orán, construido por los hispanos, uno observa el puerto y la apacible superficie marítima. Igual desde Argel, una bahía larga que se extiende junto a colinas pobladas de habitaciones, medinas, cashbas, faros y miradores espectaculares o de la urbe construida por los colonizadores franceses, intacta aún a pesar de la independencia. Y en la capital tunecina, desde las alturas de Sidi Abou Said, se observa igual la superficie marítima de un azul peculiar y las atmósferas vividas en su tiempo por griegos, etruscos, romanos, fenicios, y más tarde por todo tipo de viajeros literarios que llegaban a aquí para irrigarse de belleza y erotismo oriental.

En el mejor y más bello restaurante llamado En los bellos viejos tiempos, situado en las alturas de Sidi Abou Said, observo la sucesión de casas blancas de ventanas azules parecidas a los pueblos de todas las islas griegas visitadas desde tiempos inmemoriales por filósofos, guerreros, poetas y monarcas fastuosos. Me he enterado que en este paraíso tunecino de arquitectura arabigoandaluza vivió y escribió Michel Foucault la Arquelogía del saber, cuando era un joven profesor inquieto, y que como aquí están cerca el palacio presidencial y las antiguas mansiones de los poderosos sultanes del siglo XIX han venido al lugar figuras como la tunecina Claudia Cardinale, Chateubriand, Paul Klee, Alphonse de Lamartine, André Gide, y grandes personalidades de la diplomacia, como el egipcio Butros Butros Gahli y la estadounidense Madeleine Albraight.

Por estas bahías del Maghreb corre la poesía y el erotismo oriental que inspiró a tantos poetas como el greco-alejandrino Constantis Cavafis, el novelista Lawrence Durrel, autor del Cuarteto de Alejandría, o el sabio poeta italiano Guseppe Ungaretti. Homero, Virgilio y Flaubert usaron estos ámbitos para sus ficciones y aún el territorio sigue intacto a pesar de conflictos, revoluciones y guerras, inspirando la utopía de los iluminados, la pasión de los poetas y la locura de los santos.