Fernando Alonso Ramírez, en un reconocimiento a la vigencia de las enseñanzas de Orlando Sierra, dice que el ex-subdirector de La Patria se aparece todos los días en la sala de redacción del periódico. De la misma forma, y probando que quizás en el departamento todo ha cambiado para seguir igual, las denuncias y advertencias de Orlando emergen constantemente en los análisis de la política local.
Ante la copiosa evidencia sobre la estrecha relación entre política, corrupción y violencia en el departamento, Sierra acuñó un término para referirse a las particularidades de la democracia en Caldas. El escritor señaló que lo que presenciábamos era una demosincracia, es decir, una democracia sin democracia porque el pueblo había perdido todo poder y autoridad frente a los grupos corruptos que lo gobernaban. Para Sierra, este fenómeno, absolutamente dañino para la sociedad y la región, era altamente estimulante para los políticos tradicionales, ya que “alimenta el bolsillo de los corruptos, satisface el apetito de los burócratas, estimula las secreciones de los manzanillos, nutre la soberbia de algunos pusilánimes, hace «señores» a los cafres” (La Patria, 1996).
Hoy, 26 años después, Caldas parece vivir una historia política circular, ya que sigue liderada, no solo por las mismas casas partidistas, sino bajo las mismas prácticas y modalidades. Los herederos de la demosincracia regional, hoy también ubicados en dos bandos, a la usanza de Barco y Yepes, hacen esfuerzos magnánimos por posicionarnos como un departamento sinónimo de corrupción, clientelismo, politiquería e ineptitud.
Uno de esos herederos, jefe de un clan político con altos niveles de poder e influencia en la región, es el confeso corrupto Mario Castaño. Los allanamientos, seguimientos, interceptaciones y confesiones en el caso de “Las marionetas”, dejaron al descubierto lo que era un secreto a voces: la maquinaria electoral del exjefe del Partido Liberal en Caldas, la más potente y avasalladora de las últimas décadas, se aceitó por años con recursos provenientes de la corrupción. En otras palabras, la cantidad de plata con la que Castaño y muchos de sus aliados políticos, incluidos decenas de alcaldes y exalcaldes capturados o a la espera de judicialización, han hecho campaña para ganar las elecciones, es fruto de un asalto sistemático al erario, y, por ende, es producto de un robo a todos nosotros, a los ciudadanos.
El daño causado por la organización delictiva de Castaño y sus aliados no solo afecta la imagen de Caldas, sino, sobre todo, al desarrollo del departamento. Cada peso desviado, cada contrato prorrogado, cada concesión direccionada, ha implicado menos recursos para invertir y atender las necesidades de la gente. Por eso es tan angustiante la naturalización de este tipo de hechos, cuando se escucha en cafés, bares o buses que la gente afirma -en una aprobación tácita a estas prácticas- que es “mejor que roben, pero que dejen obras”, o que “no importa si hacen sus torcidos, lo importante es que hagan vías y puentes”. Sobre el posicionamiento de esos modelos mentales, cabalgó Castaño y antes lo hicieron Tapasco y Barco, con las conocidas malas consecuencias para la región.
Si hay una enseñanza de Sierra en todo esto, es que a la corrupción hay que ponerla al mismo nivel de otros crímenes porque solo esa sanción social podrá movilizar cambios en los modelos mentales y en las decisiones de la ciudadanía.
A la demosincracia, que no es otra cosa que la profunda crisis política y de liderazgo que padece Caldas y que está también representada por otra casa electoral a la que me referiré luego, hay que oponerle una resistencia potente y democrática. Necesitamos una dosis alta de dignidad y rebeldía para reivindicar el orgullo de ser caldenses, recuperar lo que es nuestro y demandar que lo público esté al servicio de la ciudadanía y no del interés particular de unos pocos.