Últimamente solo aparezco por estas páginas para despedir a mis seres queridos. Y esta vez no es distinto, pero en esta ocasión es para despedir a “nuestro” ser querido Nicolás Restrepo. De todos nosotros, de este Diario, de esta familia, de los medios de comunicación del país, de esta Colombia, de Caldas, de Manizales, de los amigos y las amigas. No había quien no quisiera a Nicolás. Con su ausencia perdimos todos. Sólo ganó el cielo que ahora es su casa. Y allá llegó precisamente el día de todos los santos. Tristeza, es poquito. El dolor pierde su dimensión con la pérdida de un ser tan
especial. No hay, ni habrá alguien igual. Una persona tan decente, tan honesta, sincera, ecuánime, frentera, tan inteligente, tan noble y sensible, con esa personalidad gocetas, y esa sonrisa, ese humor tan espectacular, siempre amable, siempre con algo brillante qué decir. Y al mismo tiempo dueño de ese silencio prudente de los justos y esa dulce timidez del caballero.
Y aunque la idea es hablar de él, me toca hablar de mí y contarles que yo fui admitida como columnista de La Patria, por pura rosca. Nico es mi amigo de siempre. Desde chiquitos porque nuestros papás eran íntimos. En el 2008, para un proyecto con la Universidad Nacional, le escribí para que me mandara a cotizar la impresión de unos libros en la imprenta comercial de este periódico, que él convirtió en una de las mejores del país. Intercambiamos varios emails, y cuando se acabó el proyecto, me dijo: nunca me había reído tanto con una cotización y no creí posible que hasta los números quedaran bien redactados, ¿te interesaría escribir como columnista? Nunca me editó nada, nunca cambió ni quitó una palabra, jamás se negó a publicarme ninguna de las barbaridades que escribí, y no porque fueran buenas, sino porque Nicolás fue, como ya lo han dicho, un líder de las libertades.
Recuerdo que cuando escribí sobre un gringo gay amigo mío al que le habían quitado los dos niños que adoptó en Colombia porque fue y dijo en Bienestar Familiar que era homosexual, y yo escribí indignada porque realmente él era un buen papá para esos niños, pensé que a Nicolás no le gustaría mucho el tema. Pero ese mismo día en su editorial hablaba a favor de los derechos de esta comunidad, entre ellos la adopción. Como siempre Nico con su mentalidad abierta y justa. Nunca me decepcionó, jamás. Y todos los homenajes también son poquitos. Al igual que todo lo que se ha
escrito sobre él, también las palabras de la Alcaldía y la Gobernación en su misa en la Catedral, y de los demás importantes delegados, todo es poquito. Yo solo quiero contar un cuento que para mí dice mucho de su talante, que nos pasó cuando teníamos unos 10 añitos.
En uno de esos paseos a las fincas de los amigos de mis papás, un día la hija mayor de los dueños de la finca, de unos catorce años, se inventó un juego perverso para matonearnos los sentimientos a los más chiquitos y era supuestamente un teléfono roto que al que lo rompía le ponían una penitencia. Pero realmente no era eso. Nos iba llamando de a uno a un cuarto de puerta cerrada y el que le tocaba el turno entraba inocente a jugar y entonces uno veía que el primero le decía al siguiente un secreto susurrándole al oído, y éste al otro y así, cada nuevo que entraba esperaba a que le dijeran su secreto, pero resulta que lo que pasaba es que al último le pegaban una cachetada. Nadie se podía poner bravo ni llorar porque le explicaban entre carcajadas que así era el juego y que cuando entrara el siguiente le tenía que pegar. A mí me entraron después de Nico para que él me pegara. Y empezó el teléfono roto, y cuando todos esperaban que yo recibiera mi cachetada del amigo que más quería, Nico me dijo al oído con voz muy baja y muy firme: se acabó el juego.