Nos gustan las primeras damas. ¿Qué otra cosa podría fascinarnos más que esa esposa atada a un hombre con poder? Tenemos lo necesario: el machismo suficiente para disfrutar de las mujeres atadas y el esnobismo preciso para adorar a hombres con poder.
Es una memoria encubierta de las viejas noblezas de esta herencia tan hispana también. Por eso, todavía nos conmueven los patrones en el poder y sus esposas en las fotos de entretenimiento. Nunca al contrario, porque se nos hacen afeminados los hombres en el entretenimiento y odiosas las mujeres en el poder.
Por esto mismo, de tanto hacer del poder un entretenimiento, terminan las primeras damas confundidas entre las oficinas públicas. De tanto abuso y desprestigio de los hombres con poder, queda la salida de legarle a ellas los votos o el peso de la aprobación. De tanto nepotismo —tan hispánico, de nuevo— terminan llevadas a poner de su parte en la clientela familiar.
En el desprestigio del alcalde de Manizales, se ha explotado la imagen de su esposa, Valentina Acevedo. Se toman espacios públicos en su nombre, la llevan a reuniones donde parece ajena y llega hasta con material publicitario, con el nombre bien grande, sin aclarar si eso lo paga el municipio. Las cuentas de redes de las entidades municipales la nombran sin necesidad y para los seguidores que ya conocemos, aduladores de la administración, de repente es la personalidad que más deben proteger de la crítica. La semana pasada, una situación rarísima, terminó la firma de ella al lado de la de su esposo en un documento oficial de reconocimiento a la Universidad de Manizales, como lo mostró este periódico.
Por esos mismos días, la revista Semana expuso el viaje y el encargo oficial de la primera dama del país, Verónica Alcocer. Un periplo por los funerales de la reina Isabel II, New York y Tokio. 30 millones en tiquetes y 33 millones en viáticos, todo pagado por la Cancillería. Eso llevó a escarbar en cómo fue con las primeras damas anteriores. El periodista Lucas Pombo, en la W Radio, encontró que la opaca Maria Juliana Ruiz fue encargada 13 veces en los 4 años de Duque. La “esposísima” Maria Clemencia Rodríguez fue comisionada 10 veces en los 8 años del periodo de Santos. La enigmática Lina Moreno fue comisionada 5 veces en los 8 de Uribe. Un panorama con las comisiones de las esposas al alza.
Es de resaltar que Ruiz terminó con su mamá implicada en el escándalo de Las Marionetas. Que Rodríguez tuvo que salir a defender su amigo Roberto Prieto en el caso Odebrecht. Que Moreno acabó como representante legal de todos los entuertos de tierras de Uribe. Que Alcocer carga con el lastre de los negocios convenientes de sus cuñados mientras fue la primera dama de Bogotá.
No paso por alto cómo terminan en campaña ante la prohibición que tiene sus esposos. Diana Marcela Osorio, esposa de Daniel Quintero, alcalde de Medellín, le hizo campaña a Petro en medios y redes después de que ya habían sancionado al mandatario por lo mismo. Parecido a aquella vez en que la primera dama de Manizales se montó en el mismo carro publicitario del primo del alcalde cuando era candidato. Muy similar a cómo Camila Castillo, esposa del gobernador de Caldas, terminó compartiendo eventos con la entonces pre-candidata al Congreso Juana Carolina Londoño.
Hace años, la sentencia C-089 de 1994 definió claro que las primeras damas no son servidoras públicas. Que como cualquier otro privado, podrían cumplir con funciones públicas siempre que exista una ley que lo regule. Pero no existe. En ese sentido, por ahora pueden liderar apuestas sociales y políticas, como queremos que lo hagan cada vez más mujeres, pero no puede destinárseles recursos públicos. Muchas disfrutan de ese vacío, se hacen pasar por funcionarias, para usar el presupuesto oficial; o se hacen pasar como ciudadanas del común, para saltarse los conflictos de interés y las prohibiciones de propaganda y proselitismo.
En 2019, la escritora argentina Pola Oloixarac escribió que una cosa era Evita Perón, el ícono de las primeras damas, y otra cosa era Cristina Fernández de Kirchner, la primera dama que se hizo presidenta y vicepresidenta. Una fue el símbolo que su esposo Perón usó ante sus propia carencias. La segunda terminó convertida en Perón, con sus mismas carencias. Ninguna fue en realidad Eva Duarte, apenas evitas de barro.