Julián Bernal Ospina presentó su libro ‘De noche alumbran los huesos’ en la pasada Feria del Libro de Manizales. Lo hizo en el mismo espacio en el que candidatos a la Alcaldía y la Gobernación habían estado, días antes, debatiendo sobre cultura y libros. Una sucesión sugerente de hechos, pues en parte la obra del autor intenta hilar entre literatura y poder. Solo que lo hace con un material que suele ser escaso: la violencia y el terror de la política en sus espacios más íntimos.
En Julián Bernal están algunas respuestas sobre por qué los políticos no leen libros o no los promueven.
El libro fue editado por El Escarabajo, dentro de una colección homenaje a José Eustasio Rivera. Todavía más sugerente. Mientras Rivera con ‘La Vorágine’ abrió el camino en la escritura del terror de la explotación contra los cuerpos y los pueblos, ahora Bernal terminó en su senda con la escritura de la violencia en los espacios de poder político.
Son diez cuentos, divididos en dos partes. En una, de noche alumbran los huesos y, en la otra, de día brillan los cuerpos. Pero están entreverados, comunicados, con personajes que saltan de uno a otro relato. En ellos, la voz avanza en los invisibles, en las víctimas, en los testigos, en los arrepentidos; el protagonista del terror del poder es el objeto a revisar. Las estatuas juzgan a la institución y un amigo del presidente repasa cómo este llegó primero a ser alcalde a punta de verde chillón y megáfono.
Por momentos, la conexión entre relatos parece conducirnos por cada uno de los círculos del terror en política. Uno más íntimo o más público que el otro: de la casa al despacho oficial, de la calle a la habitación.
El poder descansa en la violencia. El orden de las instituciones no tiende a defender tanto los fines del Estado como al Estado mismo. Este de ninguna manera es el fin de la violencia generalizada —como lo decía Hobbes— sino apenas su jerarquización —como lo aprendimos de Girard y Benjamin—. Por eso, la distinción entre terror criminal y fuerza legítima está apenas soportado por palabras y símbolos que con dos movidas del mesías de turno pueden partirse en mil pedazos.
Lo que recuerda el libro de Julián Bernal es que nuestras formas de hacer política también están movidas por el terror. Sobre todo en los lugares más cotidianos. Como en La Vorágine, la explotación y el abuso se da sobre los cuerpos, pero esta vez de los colegas, las familias, las amistades, los electores y las mujeres. Los poderosos buscan cómo romper un pacto entre hermanos para quedarse con el lugar de padre abusador.
Por ese camino de Bernal, leeríamos el mal que encarnan las condiciones que nos pone cualquier político por su promesa, bien al ofrecernos una familia, o bien al darnos un puesto. Veríamos, además, el terror burócratico que describe Sara Mesa en ‘Silencio administrativo’. Por ese camino entenderíamos que en el encuentro entre la violencia del Estado y la violencia de nuestra política, la primera termina por encontrarle un lugar institucional a la segunda. Entonces se hace la impunidad.
“Las culturas del terror se alimentan por la mezcla de silencio y mito”, dice el antropólogo Michael Taussig. Nos explica que en esas culturas es imposible la explicación y las palabras, pues el entendimiento va muy rápido para ver los detalles o va muy despacio para dibujar el panorama completo. Entonces solo queda el misterio, las menciones elusivas, la ficción literaria. Según Bernal, la buena noticia en sus ficciones es que se hayan escrito. Y ahí está el punto, al menos escribirlas y leerlas, en busca de nombrar nuevos mitos. Así sea el que dice la esposa de uno de los cuentos:  “Mi vida es un caos, coman mierda”.
“Los políticos no leen”, le escuché a la escritora Piedad Bonnett en 2021. La frase no me gusta del todo, por lo generalizante. Pero entiendo que lo que quiere decir tiene que ver con esto. Que no leen o leen mal porque evitan ver reflejado en los libros el terror que los proyecta. Ella hablaba en un espacio llamado “Nombrar lo innombrable”, de la Comisión de la Verdad, ¿coincidencia? ‘Después di mi nombre’ se titula uno de los cuentos de Bernal, ¿coincidencia? Todos buscando nombrar, menos los políticos. Por eso no apoyan a los libros.