¿Cómo muere un político? Si las estrellas son devoradas por su propia gravedad, si los árboles mueren de pie, si la mantis macho muere a mordiscos de su hembra después de copular, si los músicos genios mueren a los 27 años, ¿cómo muere un político? Es la pregunta que traigo en mente desde que nos enteramos del desceso, en su celda, del exsenador condenado Mario Castaño.

Diríamos que depende del político, de su vida y obra. Pero algo debe haber común en el político cualquiera que muere, así no haya tenido la carrera criminal de Castaño, ni la gloria de los próceres de los billetes. Algo deben compartir todos los modelos.

Dicen que mueren en el exilio, como el dictador mexicano Porfirio Díaz. O mueren con impotencia, como cuenta Vargas Llosa del dictador y violador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. O mueren en secreto, como Hugo Chávez. O mueren presos, como el exalcalde de Bogotá Samuel Moreno. O mueren en su laberinto, como cuenta García Márquez de Simón Bolívar. También mueren asesinados, como Jaime Pardo, Luis Carlos Gálan, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro o Álvaro Gómez —pero estos no entran en esta ecuación, pues los obligaron a saltarse la fila—.

Es posible que, además de presos, mueran asaltados por otros políticos. Dicen que de la celda de Mario Castaño, recién fallecido, pudieron haberse robado cosas. Según El Tiempo, el principal sospechoso sería Vladimir Melo, un exconcejal cristiano de Bogotá que está en la misma cárcel por haber mandado a asesinar a su esposa.

Es posible que, además de presos, mueran sin que ya nadie les crea. El exsenador Castaño pasó varios meses buscando mejores condiciones de prisión para resolver sus complicaciones de salud. La justicia tendrá que resolver si el Estado fue negligente o no, pues los presos tienen derechos. Como sea, a la opinión pública le costaba creerle esta vez, pues en 2018 se salvó de un proceso de perdida de investidura, por inasistencias al Congreso, al certificar un número inverosímil de excusas médicas.

Lo más seguro es que, además de presos, mueran negados tres veces. Después de la muerte de Castaño no se vio ni un sola comunicación pública del representante Octavio Cardona, que fue su amigo y aliado, y quien le debe gran parte de su carrera política. Una. Tampoco conocimos ninguna declaración del expupilo José Luis Correa, hoy presidente de La Previsora, quien le debe sus meses de sueldo de representante al fallecido y cuya familia y movimiento, aunque dijo distanciarse del castañismo, todavía elige concejales de Manizales dentro del mismo partido Liberal. Dos. Mucho menos le oímos decir algo al alcalde electo Jorge Eduardo Rojas, quien en los últimos años alcanzó a estar entre los favorecidos del exsenador en el Quindío. Tres.

Se me ocurre que lo que comparten al final los políticos no es cómo mueren sino cómo no quieren morir. Es cómo fracasan por igual ante la muerte. Se niegan a desaparecer por capricho, por fantasía, por trauma. Cada uno de sus pasos los hace parecer buscadores de la fuente de la juventud, de la vida eterna.

Abusan del poder, de los funcionarios y los ciudadanos, y acumulan riquezas, contactos, redes y roscas, para ver si así se ponen a salvo del olvido. Como nuestro alcalde Carlos Mario Marín, gastan la mayor parte de su tiempo promociónandose, como si fueran champú. Con recursos públicos contratan repartidores pagos, quienes sin ninguna emoción entregan en la calle las verdades a medias impresas, con un “así avanzamos” o “así cumplimos”, en letra bien grande. Se mandan a hacer placas, con recursos públicos y contra la ley, para ver si se fijan a la fuerza dentro de la historia. Al final, como escribió Maria Carolina Giraldo en su cuenta de X: “Tanta robadera y ni un peso le[s] cabe en el ataúd”.

“Si Esparta y Roma perecieron, ¿qué Estado puede esperar una eterna duracion?(...) El cuerpo político, del mismo modo que el cuerpo del hombre, empieza a morir desde su nacimiento, y lleva en sí mismo las causas de su destruccion”. Esto es del Libro Tercero de ‘El contrato social’ de Rousseau. Es el capítulo XI, que se llama ‘De la muerte del cuerpo político’. Al final de lo que también está hablando es del cuerpo del político muerto.