Desde el despacho del gobernador de Caldas anuncian que mañana sábado se llevará a cabo en Salamina el primer ‘Encuentro de los 50 pueblos paisas’. El propósito es destacar “su semejanza en la identidad cultural y visión conjunta de desarrollo”. E invitan a llevar “tu mejor atuendo paisa”, tal vez con las inexistentes ruanas de Caramanta incluidas.
Además del primer empleado del Departamento, convocan su homólogo antioqueño, el alcalde del hermoso e infortunado pueblo -el jamón del revenido emparedado interdepartamental-, las mediáticas señoras de Fenalco, la devota Universidad Católica y su similar de Caldas. Salvo dos o tres excepciones, en esas entidades educativas viven en un especie de autismo académico, desconectados de la realidad de esta comarca.
Si los organizadores de ese desaguisado medio supieran lo que mi generación aprendió en tercero de primaria, sabrían que Caldas no es paisa y se abstendrían de reunir las mentes más obtusas del contorno, para hacer el monumental ridículo y dejar peor parado nuestro departamento. Pero ni siquiera saben qué significa esa palabra. Ni aún los de Antioquia. Por tanto, son incapaces de entender que a nada de lo nuestro le acomoda esa palabreja.
Si un tenue rayo de luz penetrara en tan histórica oscuridad, se enterarían, aterrados, que de los 27 municipios caldenses metidos a la brava en el descabellado evento, menos de la mitad fueron fundados por antioqueños. Que no eran épicos colonos, sino desplazados violentos que perdieron sus culturas originales y forjaron otras, forzados por las circunstancias. Que hubo fundaciones mixtas y que el Oriente es tolimense y caucano el Occidente. En este no hay una sola manifestación cultural de origen antioqueño.
Por exabruptos como el de mañana, Caldas es invisible, inexistente para el resto del país. Lo metieron en una entelequia llamada ‘nación paisa’, que quizás tenga relaciones diplomáticas con Liberland. Por eso, la mayor parte de los caldenses no se reconoce ni identifica con sus propias y fascinantes culturas. Las endilgan a una ‘raza’ que no hubiera podido darles vida, porque su historia es otra.
El primer gestor de la atrocidad de mañana vive en la más abyecta lambonería con Antioquia, como si su poder dimanara de allá. Basta con leer la columna que publicó en LA PATRIA en diciembre 11 de 2021: ‘Antioquia y Caldas, una misma historia’. Y reafirmó el 3 de agosto en este mismo periódico, bajo el deplorable titular: ‘La RAP del Agua y la Montaña: un ejemplo de unidad, liderazgo y progreso’, después del cual garrapateó: “El proceso de la colonización antioqueña es uno de los hechos más destacados en la historia de Colombia”, en un palabrerío insulso y romanticón que, según él, fue la génesis de Caldas. Hasta donde se sabe, jamás ha dicho nada parecido del departamento que lo eligió, porque no lo conoce, ni interesa. Le basta y enorgullece con lo que sabe de Antioquia.
Por el despacho que hoy ocupa han pasado brillantes estadistas y redomados delincuentes. Pero es difícil hallar uno que lo equipare en ignorancia y deslealtad. Si existiera el delito de traición a la patria chica, estaría en Picaleña. En su lugar, seguramente recibirá el Escudo de Antioquia y será señalado como ejemplo para los antioqueños. Para quienes nos duele Caldas, es apenas uno de quienes “hicieron carrera con sólo meter la pata”, según el poeta riosuceño José Trejos.
Viene a la memoria un añejo verso del matachín carnavalero Carlos Gil:

“Pobre Diablo: ¡decid quién nos mete
de tu reino a ocupar la tribuna,
sin rubores, sin pena ninguna,
una recua de todo animal! […]
¿A ese burro, inmortal majadero,
quién habrá que le ponga bozal?”.