Cuatro personajes de Manizales andan a la caza de votos para encaramarse en el primer cargo del departamento de Caldas. A pesar de ser casi figurativo, porque desde su despacho ya no se nombra a los alcaldes, su otrora principal atractivo, y porque algunos antecesores, especialmente el que está a punto de salir, se han empeñado en desprestigiarlo hasta lo indecible.
Dos idealistas y dos políticos con el cuero endurecido, quizás el alma también, si la tienen, aspiran a vivir el próximo cuatrienio del erario (¿y de la adjudicación de contratos?). Los primeros buscan capitalizar el desencanto de gran parte de la población con sus contrincantes, lo que representan y a quienes representan. Desencanto que se inclina más por el abstencionismo que por el voto de protesta o de castigo. Así las cosas, la disputa parece reducida a quienes saben nadar en aguas turbias.
Uno es un burócrata profesional que ha estado en puestos importantes, y tal es su bandera de campaña. Pretende convencer con ellos, pero omite decir qué hizo. El potencial elector se persuade con la gestión, no con el título. “Por sus hechos los conoceréis”, dice una vieja sentencia evangélica que hoy condena a la mayoría de los políticos, y de curas, por supuesto, pero este no es el asunto de hoy.
El otro ha vivido desde tiempos inmemoriales en el edificio de la Gobernación, como si se tratara de una cartuja estatal, a juzgar por las fotos que con frecuencia publica este periódico. Podría temerse que, si sale a la calle, se extraviaría para llegar a la Catedral. Permanece allí, sin saberse qué hace. Tal vez crea que todo lo que es Caldas cabe en ese inmueble; mientras el otro, con miras más amplias, pensará que la Plaza de Bolívar es el departamento.
En los pretendidos programas de gobierno de los cuatro candidatos hay elementos en común: son meras expresiones de deseos y en sus rimbombantes y vacuos palabreríos, no hay una sola mención del departamento. ¡Ni una! No tienen idea qué es Caldas, sus provincias, la diversidad humana, ni su multiculturalidad, nada de nada. Lo único que conocen es lo que alcanza a verse desde Chipre: montañas de día, luces de noche.
Habrán oído decir que hay un oriente caldense, pero como la cordillera impide verlo, deben suponer que el Páramo de Letras es el fin del mundo conocido. Les habrán relatado que hay un occidente, pero no van, pues de pronto se ahogan en el río Cauca. Hasta temerán el Chinchiná… Al desconocer la jurisdicción que aspiran a gobernar, la variedad de gentes y sus diferentes necesidades, caen en lugares comunes y proyectos tecnócratas que no responden a la realidad. Y supondrán que las zalemas de los manizaleños equivalen a la aprobación de los caldenses.
Ya será un gran avance, si el ganador no incluye en su programa la estupidez de la tal ‘nación paisa’, que oculta lo que de veras somos los caldenses. Probablemente así sea, porque como el pelmazo saliente abusó hasta el delirio de esa entelequia, su sucesor se cuidará de hacerlo, únicamente para no ser acusado de continuismo.
Gane quien gane, podría medio subsanar su impreparación nombrando un buen secretario de Cultura. Uno que sepa qué es Caldas, lo recorra, perciba sus diferencias y se conmueva con sus auténticas manifestaciones. No uno que premie con dineros públicos los latrocinios investigativos de sus tenebrosos compinches de bebeta, ni meta mano en las convocatorias para adjudicarlas a los proyectos espurios de sus amigotes, que jamás los llevarán a cabo. ¡Muy difícil! No hay de dónde elegir que beneficie a Caldas.