Desde cuando el autor de esta columna tomó conciencia de ser caldense, lo que es y representa el Departamento de Caldas, nunca, nunca, había visto, escuchado o leído que ningún político oriundo de esta comarca o elegido con votos comarcanos hablara de defenderlo. Para la mayoría, por no decir todos, es una jurisdicción nebulosa, de la cual solo son visibles sus recursos públicos, accesibles por mano propia o mediante marionetas.
Hasta cuando esta semana se supo que el senador Guido Echeverri radicó en el Plan Nacional de Desarrollo 25 propuestas “para defender los intereses de Caldas y del Eje Cafetero”. Salieron de reuniones con los congresistas regionales, gremios y organizaciones sociales. No invitaron al sector cultural, ni a los verdaderos investigadores. No los que ‘fusilan’ las ajenas, ni los que repiten la falsa historia de Caldas.
Como considero persona seria al proponente, a pesar de dedicarse a la política, las leí, entusiasmado con la frase “respeto por la independencia regional”. Pensé: “¡Por fin! Nos van a enseñar a valorarnos por lo que somos, tenemos y hemos hecho como caldenses a lo largo de la historia. Nos sacudiremos ese humillante, ramplón, vulgar y delictivo mote de paisas, que no nos pertenece, ni identifica”. (Deberían canonizar en vida al sacerdote de Chiquinquirá). Casi al borde del delirio, soñé con que por fin seríamos conscientes de la colonización cultural caldense de Antioquia, por todo lo nuestro que se han llevado, sin pertenecerles jamás.
Espulgué las tesis del Lutero regional. Sorteé las frases rimbombantes y vi que las valiosas propuestas tienen carácter económico y material, esperando hallar algo acerca de lo caldense. Alumbró una pequeña luz de esperanza, al leer el proyecto sobre el Paisaje Cultural Cafetero, que “tiene como objetivo consolidar la oferta turística en la región, potenciando la cultura y la tradición cafetera”. Se apagó al preguntarme qué creerán los proponentes que es la cultura caldense, cuando ni siquiera pueden verla. ¿Será que con solo mencionarla, brillará refulgente?
Quedé a oscuras con la vacía expresión “tradición cafetera”, pues está demostrado que la industria (no el oficio) del café no ha estimulado el surgimiento de manifestaciones culturales. Antes destruyó las que había. Habrá que exceptuar la música guasca (ritmos de la Costa Atlántica traídos por recogedores costeños en los años 1930, aculturados en la Zona Andina). Aquí no la reconocen, ni asocian con el café, y confunden con la música de carrilera antioqueña, el cénit de la ordinariez, de carácter comercial. ¿Cómo promoverán una región que desconocen? ¿Con qué atraerán el turismo? ¿Con cafetos? Uno es igual al resto…
Un tenue optimismo renació con la idea de un ‘semestre social universitario’, “para que docentes, estudiantes e investigadores de instituciones de educación superior, se involucren en la solución de las problemáticas del territorio”. No las de quienes lo habitan. Regresé al pesimismo, al ver que “los estudiantes realizarán un análisis de temáticas particulares de la región denominada «comprensión del entorno», que abarca temas de profundización, como el proceso electoral de alcaldes y concejales, desempleo rural, embarazo adolescente, entre otros”. ¿Cómo comprenderán un entorno desconocido, sin  conciencia ni guía para conocerlo?
Queda demostrado que Caldas es prácticamente inexistente hasta para los caldenses. La mayor parte no ve nada o lo cree vacío, carente de espíritu. Por eso, los políticos que recorren su geografía presentan proyectos materiales, que, aunque importantes, no reflejan las verdaderas necesidades. De aprobarse, es posible que solo sirvan para poner recursos públicos en manos de los políticos y bien se sabe qué sucede después. Guido no lo hará. Él es iluso como yo, pero está más despistado.