Cuando es más lo vivido que lo por vivir, caminar se vuelve imperativo, para hacer más amable el trecho vital restante. Sin importar si restan diez cuadras o alcanzará únicamente hasta la vuelta de la esquina. La andadura ocurre de dos maneras: se avanza con los pies, en ejercicio de la movilidad, mientras la memoria emprende viaje hacia atrás, lo cual es parte de la longevidad. Mientras los ojos ven la realidad, el cerebro rememora los lugares tal y como eran decenios atrás; revive a las personas que los ocuparon y recrea los episodios ocurridos en ellos. 
Así ocurre en cualquier punto del Manizales tradicional. Por ejemplo, en la Avenida Santander, en la cuadra siguiente de la antigua Clínica Manizales y de la sede de Bienestar Familiar, calle 40 de por medio, construyen un edificio enorme. El lote fue ocupado durante muchos años por la casa de las Ramírez y fue demolida por allá en los años 1980. Desde entonces quedó vacío. 
Estas inolvidables costureras eran oriundas de Salamina y entre sus numerosos hermanos se contaban Enrique y Roberto Ramírez Gaviria, fundadores de RCN. Llegaron a esa casa a mediados de los años de 1920, a consecuencia de la muerte por tuberculosis de una hermanita. En aquel entonces, había que quemar las pertenencias del enfermo, para evitar la propagación del letal contagio, incluida su habitación. Por esa causa, el Municipio de Manizales ordenó incendiar su casa original y les dio en alquiler la hoy evocada, esplendorosa muestra de la arquitectura caldense de guadua y bahareque, con un piso por la avenida y cuatro o cinco por detrás. Se les fijó un canon anual de arrendamiento por valor de un peso, que en los más de 50 años que vivieron ahí las hermanas, jamás fue aumentado, ni se les pidió devolución.
Por causa de la tisis, también fue incinerado en 1927 un hospital que funcionó en el costado oriental del que años más tarde fue el parque Liborio Gutiérrez, en Campohermoso. (Ya no es campo ni, menos, hermoso). El lote fue ocupado después por Laboratorios Continental, cuya sede sigue en pie, tremendamente modificada. Las escasas fotos que se conservan del viejo sanatorio, algunas pertenecen a la colección del Almacén Artístico, el de don Evelio Mejía, hoy atesoradas por su hijo el médico José Hernán Mejía, muestran una hermosa edificación hecha con los materiales tradicionales caldenses, levantada en medio de la nada. Después del incendio provocado, construyeron un nuevo y hermoso hospital al frente de la estación del Cable Aéreo, donde hoy está Cable Plaza. También desapareció.  
Y como la memoria suele salirse de la ruta que llevan los pies, para vagar lejos, en esta ocasión se fue para la entrada a La Francia. Allí, hasta hace pocos años, hubo una finca cuya casita pintada de blanco y rojo se levantaba sobre una colina rodeada por ese barrio, por Morrogacho y El Topacio. Parecía marcar el límite entre el emergente asentamiento para la clase alta y los dos más tradicionales, que aún tienen aspecto tanto de campo como de pueblo. 
En ella vivieron mis padres y cinco hermanos mayores, a finales de los años 1940. Como su único servicio sanitario era una letrina, la bautizaron Villa Fo y conserva el nombre en las remembranzas familiares. Curiosamente, sus siguientes habitantes fueron don Evelio Mejía, su esposa e hijos, para quienes ese lugar también es fuente de gratas recordaciones.
Con razón, Shakespeare definió la memoria como la “centinela del cerebro”. Es el combustible de quienes tienen ya más vivido que por vivir. Es una bella forma de viajar en el tiempo.