Decir por qué no votaré por el candidato de la izquierda cuando está punteando en las encuestas es apenas lógico; siendo honesto, no lo haría si él estuviera rezagado respecto a la intención de voto, pero me inspira el sentido de deber social; creo que esta columna de opinión es un buen ejemplo del respeto que promueve la verdadera democracia al permitirnos argumentar y disentir de las mayorías. Por favor, permítame compartirle mis razones, que si no le son válidas, al menos me sacan de ese grupo intemperante de votantes que van a elegir a un candidato a pesar de los hechos que acusan su reputación e idoneidad moral.
No voto por este candidato en particular, no porque pertenezca a la izquierda, sino porque representa una izquierda perjudicial. Ese es un tema que trasciende el asunto ideológico, por ejemplo: yo creo en Dios el eterno Padre, en su hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo y también en un estado laico, lo que implica creer en un gobierno que no promueve ¡ni se opone! a la libertad de conciencia o religiosa. Creo en darle “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” y no en hacer del César un Dios que persigue en nombre del proyecto intelectualista toda forma de religiosidad.
Tampoco creo en hacer del César un falso Dios que tiene la necesidad de firmar en planchas de mármol… que no expropiará y que respetará la propiedad privada, mientras acude a palabras que insinúan un debilitamiento del bien privado para robustecer el poder estatal. Democratizar es un proceso que gusta cuando no hay riqueza, pero incomoda cuando hay capital. Esto marca la brecha de clases, algunos mayormente amparados en justicia social y otros con el fantasma de Venezuela rondando por el patio. Cualquiera sea el caso, la propuesta de este candidato es la continuidad de su modelo de gobierno que dividió por completo a la gente de la capital.
Creo que no hay derecho a intercambiar favores políticos por votos con los presos de renombre en el país; creo que no existe una justificación válida para ese tipo de proceder que debería ser castigado en las urnas y creo que la reputación de un individuo se construye desde el tipo de persona que él es. Prometer indultos a cambio de victoria en las urnas es un atajo demasiado peligroso para Colombia. Al parecer tenía razón Maquiavelo: “La política es el arte de engañar” y este candidato lo tiene más claro que nunca porque propone hacer conejo a los políticos, justifica todos los medios para su fin, permite en sus filas gente de dudosa reputación y se siente grandioso en público mientras las penumbras a veces se apoderan de él en privado.
No voto por el candidato de la izquierda que promulga iniciativas: algunas concretas, inciertas otras e inviables otras, pero decide no asistir al debate público. Llena plazas y pronuncia discursos por momentos enardecidos, pero no se somete a la crítica de sus contendores directos en televisión porque ha descubierto que no es un territorio en el que pueda conservarse erguido, de manera que le resulta más fácil decirle a la gente lo que quiere escuchar, que defender sus ideales desde su moral privada. Para mí es un desagravio a todos sus votantes el que no esté dispuesto a prevalecer en la faena del debate presidencial y encuentre en la crítica, un mecanismo para defenderse de lo que ha hecho mal todo este tiempo: aliarse con personas indebidas, debilitar la reputación institucional, y esconderse del peligro que deslegitima su talante para representarnos.
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