¿Tienes rencor con alguien en tu historia? ¿Guardas resentimientos? ¿Has experimentado el odio en tu corazón? La Palabra de hoy nos ilumina cuando dice: “Rencor e ira son detestables”. En realidad poseer estas pasiones hacen daño a nuestro ser. Es como carbón encendido en nuestras manos: nos quema a nosotros mismos, mientras que las personas que nos han causado este daño siguen tan campantes por la vida. ¿No te parece que es algo inútil guardar pensamientos que nos hacen daño y quedarnos revolviendo la “basura” del pasado?
La solución es muy clara: “Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados”. En la oración del “Padre nuestro” lo pedimos con vehemencia: “Perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden”. ¿Por qué habrá que pedir la fuerza y la capacidad de perdonar?
Si dividimos el término “perdón”, nos damos cuenta que se compone de “per” que significa “por” y de “don”, es decir, “regalo”. Tú y yo no somos capaces de perdonar por nosotros mismos, no depende de nuestras propias fuerzas. El poder perdonar nos fue concedido en la Pascua, cuando el Señor Jesús, muriendo en la cruz se sometió a la muerte para vencerla amando hasta el extremo. Por su Pasión, Muerte y Resurrección el muro que nos separaba: “el odio”, quedó destruido, Jesucristo ha vencido la muerte, ella no tiene más poder sobre nosotros. Esta muerte es precisamente el rencor, la ira, el odio que no nos deja ser felices. ¡Qué amor tan grande nos ha tenido el Padre, enviándonos a su único Hijo; nos lo entregó y no se reservó nada para sí, a fin que nuestra incapacidad de amar fuera vencida y pudiéramos realmente “pasar” al otro, verle nuevamente y amarle: esto es el “Perdón”.
La deuda que, por el engaño de la serpiente” (ver Gén 3) habíamos contraído, ha quedado cancelada. Esta deuda era impagable por nuestras propias fuerzas; es por esto por lo que Dios mismo ha decidido “pagar por nosotros”. Tú y yo, a causa del pecado, tendríamos que haber sido flagelados, coronados de espinas y subidos a la cruz. Pero ni tú ni yo hemos pasado por esta pasión.
Al que mucho ama, mucho se le perdona. Pidamos hoy con mayor convicción que se nos dé el “don” de poder perdonar a quienes nos han hecho daño. No importa el tamaño de este “daño”. Si nos dejamos liberar de estas ataduras, veremos la paz y la alegría que podremos experimentar. Hemos escuchado tanto a nuestro Papa Francisco, cómo nos ha insistido en la reconciliación, en el perdón. Permitamos que esta voz resuene en nuestro interior y confesemos a nuestros sacerdotes estos rencores, resentimientos y odios. Tentación contada, tentación vencida. No permitamos que esta muerte siga reinando en nosotros. ¡Dejémonos reconciliar por Dios!
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
Eclesiástico 27,33-28,9; Salmo 102; Romanos 14,7-9; Mateo 18,21-35
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La Palabra de hoy nos ilumina cuando dice: “Rencor e ira son detestables”
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