Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Cuántos proyectos realizamos diariamente pensando en el futuro y sentimos que los podremos cumplir con nuestras propias fuerzas. Lo que pasamos por alto es que Dios tiene sus propios planes y Él los realiza, aunque los nuestros sean diferentes: “Mis caminos no son vuestros caminos; mis pensamientos no son vuestros pensamientos”.
Para ti y para mí el momento de la muerte terrena puede llegar hoy mismo, aunque hayamos hecho muchos planes; sin embargo, la fe nos hace ver como una bendición el momento de partir a la Casa del Padre. San Pablo experimenta en su existencia esta profundidad: “Quiero estar ya con el Señor, porque sin duda es con mucho lo mejor; pero si conviene que todavía permanezca entre ustedes, será para su beneficio; porque para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”.
Para que nuestro peregrinaje por esta tierra tenga sentido, Dios nos ofrece vivir su Reino. Jesús compara el Reino de los cielos con un propietario que sale a contratar operarios para trabajar en su viña y lo hace en la mañana, al medio día y al atardecer. Llama muchísimo la atención que al final de la jornada, todos reciben el mismo salario, no importando si su labor haya comenzado al final de la tarde. San Agustín, después de buscar la verdad en varias corrientes de pensamiento dice: “Tarde te amé, hermosura tan hermosa, tarde te amé”. Como cuando hemos encontrado un tesoro y nos da dolor no haberlo descubierto antes.
Si desde la temprana edad, se nos anunciara la belleza del Reino de Dios, pasaríamos todos los años de la vida felices. Porque el denario es esta felicidad que nadie puede conseguir con sus propias fuerzas sino que le viene entregada, donada, gratuitamente: “Hemos sido comprados a precio de sangre”. Este mensaje pretende que en ti y en mí se despierte el deseo de tener a Jesús en nuestro ser; llegar a conocerlo para que nuestra existencia tenga verdadero sentido.
La vida eterna es esta felicidad que nos viene dada como regalo desde el momento de nuestro bautismo. Allí se nos dio la fe y por la fe la vida eterna. Cómo nos ama Dios Padre que nos entregó como germen, su amor para que pudiéramos amar como Él. Jesús en la Cruz nos ha abierto las puertas de la Vida, venciendo las ataduras de la muerte. Vivir todos los días resucitados, será el gozo continuo de sentirnos tan amados.
Dios Padre nos ha hecho entrar en su Iglesia, es decir, en su asamblea de los convocados a vivir su Reino para que todos tengamos la vida en abundancia. No despreciemos esta invitación y acudamos con prontitud a recibir la paga de profeta que se nos da sin méritos nuestros sino, únicamente, por Amor.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Isaías 55,6-9; Salmo 144; Filipenses 1,20-24; Mateo 2,1-16
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La fe nos hace ver como una bendición el momento de partir a la Casa del Padre
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