Todavía la recuerdo en la universidad, era pequeña y muy delgada, frágil en su físico, pero vivaz, enérgica y alegre en su personalidad. Tengo que decir que gracias a mi compañera pude ganar Derecho Romano, materia de la que sabía muy poco y ella me dio una información útil antes del examen final, el cual pasé raspando. En 1994 entró a la Fiscalía General de la Nación y allí lleva laborando 23 años. En muchas ocasiones me ha contado historias de su oficio, las cuales revelan un valor único, inmensa capacidad de trabajo y una honestidad férrea. Alicia ha trabajado en diferentes seccionales, especialmente en regiones donde la criminalidad campea y reina la ley del más fuerte. Sin tener en cuenta hegemonías de guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes o mafias, ha adelantado sus investigaciones, y lo que es más admirable, sus acusaciones, sin inhibirse por esos contextos hostiles. Debe estar disponible todos los días de la semana, 365 días del año. Lleva tres años sin disfrutar de vacaciones porque la cantidad de trabajo y la urgencia de las actuaciones judiciales se lo han impedido. Y cuando saca vacaciones no siempre es para pasear o descansar, en ocasiones lo ha hecho para preparar audiencias que considera muy importantes y para las cuales no le queda tiempo en el día a día. Hoy está bajo su responsabilidad la investigación de delitos sexuales y de violencia de género, sus relatos son sobrecogedores. La indignación que le producen estos hechos, ante los cuales otras autoridades se hacen los de la vista gorda, parece que le dan la energía y el valor necesarios para proseguir en su empeño por que haya justicia. También ha sido capaz de denunciar la corrupción de los poderosos. Para completar, vive de su sueldo, sus bienes son escasos, así como austero es su gasto.
En el otro extremo de la pirámide del aparato de justicia, viene a mi mente un querido profesor de la universidad, quien fuera magistrado de la Corte Suprema de Justicia hasta hace unos años. Hoy ejerce su profesión con el prestigio que ha cosechado por su desempeño y transparencia como jurista. Es un hombre sencillo, con un moderado patrimonio, justificable totalmente por su sueldo y honorarios. Hizo parte de una Corte que vivió la embestida de un gobierno que quiso acabar con todos los controles y contrapesos que establece la democracia, para tener un poder casi omnímodo. Esa corte tuvo el valor de contener esa arremetida y de adelantar el más contundente proceso de sanción penal contra poderosos políticos que se habían aliado con temibles criminales para ganar elecciones y controlar parte del Estado.
Me cuenta mi profesor que en los últimos dos años de su magistratura ya se sentían los sutiles síntomas de una red clientelista que empezaron a tejer los Ricaurtes, Bustos y Tarquinos, que se amplió con la participación del procurador Ordóñez y el fiscal Montealegre más adelante. Lo que nunca se imaginó fue que esta trinca llegara a cometer los delitos que fuera menester para orientar fallos a cambio de enormes cantidades de dinero.
Bustos y compañía son la cara oscura, fea y temible de la justicia. Opacos profesionales que han trepado en la carrera judicial como lo hace el peor congresista. Ávidos de poder y mucho dinero, han configurado un entramado de corrupción que nunca había conocido el país en las altas cortes. Para completar el triste escenario, más abajo en la organización judicial también hay jueces y fiscales que corrompen el Derecho y actúan en total contravía de los postulados de justicia y legalidad, beneficiando a delincuentes en un acto de negación absoluta de justicia.
¿Dónde está la solución? No creo que meramente en un rediseño de la forma en que se hacen ciertos nombramientos. Aunque por aquí hay que empezar, tal vez es más complejo.
Una buena señal, en medio de todo esto, es la terna de juristas que fue enviada por la Corte Suprema al Senado para elegir un nuevo integrante de la Corte Constitucional, pues en ella no hacen presencia los perversos recomendados de los magistrados truculentos.
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