Cuando estaba buscando título para esta columna pensé en “El ojo de Carlos Pineda”, pero entendí que el ojo solo se refería a el órgano físico dejando por fuera, precisamente, la mirada que capta el sujeto y el objeto, importante característica de este artista. El fotógrafo artista usa su cámara como un pincel y con el diafragma y el tiempo traza su obra. El pintor mezcla colores, el fotógrafo mezcla la apertura del lente y el tiempo de exposición para definir contornos y profundidades, aunque el fotógrafo siempre depende de la realidad, no como el pintor que puede abandonar la forma y el color permaneciendo en el mundo del arte. El fotógrafo es, por naturaleza, un observador de su entorno, buscando captar una imagen y convertirla en fracciones de segundo en fotografía. Vive la fotografía de la realidad, no sale de una cámara algo que no exista. Pero esa realidad debe ser trasformada e intervenida por el artista y eso lo hace Carlos Pineda con solvencia asombrosa, ya que él es dueño de una mirada única y diferente. A la tensión entre objeto fotografiado y sujeto que toma la fotografía, Pineda le ha sacado una interesante faena que ha plasmado en muchos libros, de los cuales se deben destacar Giros y Andares (2015), Mandalas del camino (2016), Faenas del Llano (2018) y Chivas, arco iris del camino (2018).
En Giros y Andares, que reúne fotos en blanco y negro, hay unas de singular belleza, saturadas de expresión que conmueve. Capta momentos que parecen encuadres de tiras cómicas, porque hay una manifiesta relación entre las personas y su alrededor que no requieren de burbujas con diálogos, esas fotos hablan de otra forma. No se preocupa Carlos Pineda por rendir pleitesía a teorías de construcción de imágenes, como puntos de fuga o resaltar sombras, sino se detiene en ver lo que hacen las personas y cómo las marca su entorno. Cada foto se convierte en una metáfora de la vida que puede ser interpretada de miles de maneras. Como un sabio zen, Pineda plasma dicientes aforismos con su lente. Se podría decir que un poeta no lo haría mejor. El ser humano plasmado por Pineda dista de ser retratado, a él, en este trabajo, no le preocupara la cara del hombre sino su peso genérico; no se trata de un individuo sino del hombre como tal. Demuestran a un artista que cree en el ser humano.
Con los otros dos trabajos: Mandalas del camino y Chivas, arco iris del camino, que han tenido un gran éxito, yo tengo reparos. Son fotos pulcras, pero carecen de ese manejo de la tensión entre hombre y entorno. ¿Es timidez, o Carlos se dejó descrestar por el colorido de las chivas y sus flameantes decoraciones? Los únicos que ganan con las imágenes de las chivas son los promotores de turismo, porque alegar que estos elementos tienen que ver con nuestra identidad es expedirnos un certificado de pobreza cultural sin precedentes. En Tailandia o la India existen esos mismos carritos pintados en los mismos colores y líneas. Nuestra provincia e historia son mucho más que eso. Ahora, es innegable que estos carros dominan el paisaje ya que por su bajo costo son el único medio que puede prestar tan vital servicio público en el campo, pero cimentar la identidad de esta región en ellos es un error grave. Ya se ven los resultados de esta curiosa inversión y desconocimiento de los hechos. En el imaginario nacional se asocia esta región con estos charros carros, y no con elementos de más peso como lo la arquitectura del bahareque.
La gente y más de un incauto alcalde se han puesto a pintar las casas antiguas de nuestros pueblos siguiendo el patrón cromático de las chivas. Si las quieren exponer como patrimonio, estas deben representar una tradición que dista de los colorinches que dan la impresión de que en ellas opera una guardería de niños.
Carlos Pineda como artista crece y el ser humano debe ser el eje de su obra, y estoy convencido que las mejores fotos de ese buen y admirado amigo están por tomarse.
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