Miguel Álvarez de los Ríos fue un constructor de identidades continentales, nacionales y regionales.
Nació en 1933 en Pereira (Jiménez, 2006). Su infancia se nutrió en aires del mestizaje presente en el nombre de Belén que evoca lugares geográficos profundamente significativos para los católicos europeos y Umbría, adaptación del nombre de los aborígenes Umbras que poblaban la región donde se gestaron sus sueños, es decir la hermosa Belén de Umbría.
En la Perla del Otún su adolescencia reflexiva y dialogante, sin duda estuvo influenciada por la vecindad familiar al Lago Uribe Uribe, lo que probablemente lo llevó a nunca claudicar de sus ideas liberales a pesar de ser influyente miembro del grecoquimbayismo “… movimiento cultural, conformado por grecolatinos y escritores de las capas media y del pueblo, que empezó a ser vigoroso en 1930 y alcanzó un punto alto en 1945…” (Valencia-Llano, 2005).
Otto Morales Benítez en su libro Política y corrupción, carta a mis nietos, hace una síntesis para la historia de lo que significó ese faro intelectual que desde el Gran Caldas, iluminó y continúa haciéndolo el panorama intelectual colombiano. Cito: “Manizales y el Gran Caldas gozaban de un gran prestigio en la vida colombiana. Tenían unas tradiciones y un ímpetu que he tratado de recoger en varios de mis libros. Irradiaban un fulgor especial en la nación. Exploremos algunos pocos de sus aspectos. Se sostenía que por allí pasaba el Meridiano Cultural de Colombia.
El hecho intelectual es que existían grupos de derecha y de izquierda, que ejercían una acción mental muy dinámica. Algunos de sus oradores tenían un prestigio que mantenía atenta la imaginación de los colombianos. Se escribía una prosa de excepcional brillo, y con caracteres muy peculiares. La riqueza del café –éramos los primeros productores en el país, antes de la división que nunca me ha convencido de sus bondades- nos daba un sitio excepcional. La injerencia en la economía era de signos muy calificados. Y brillaban grupos, liberales y conservadores, de jefes muy destacados; políticos, hombres de gobierno, empresarios, pensadores, gentes de acción. Tanto en los gabinetes de las administraciones como en los bancos, o en las direcciones políticas de los dos partidos, o entre los dirigentes de acciones cívicas, se encontraban varios caldenses.” (Morales-Benítez, 2000)
Miguel Álvarez de los Ríos logró con su vida personal y de escritor invitarnos a reflexionar acerca de nuestro presente y nuestro pasado logrando que hoy tengamos la posibilidad de investigar y de apoyarnos en su pensamiento para intentar descifrar nuestra compleja historia regional y nacional.
Cuando Camilo Mejía Duque llevó adelante su propósito de dividir el pujante e influyente a nivel nacional e internacional departamento del Gran Caldas, como gustaba llamarlo el pensador humanista Otto Morales Benítez quien se enfrentó en esa iniciativa a Camilo Mejía Duque, respetable e influyente político que buscaba garantizar su influencia en el territorio de Risaralda, pues se veía amenazado por los dirigentes liberales en la zona de Caldas por Morales Benítez y en la zona quindiana por Lucelly García de Montoya. Al fraccionarse en tres el Gran Caldas, la identidad del departamento se rompió. Fue Miguel Álvarez de los Ríos quién evitó la fractura definitiva pues acuñó la expresión; según me lo manifestó en diálogo iluminante sentados a manteles bajo la égida del hada madrina de la cultura y gran dama Martha Lucía Eastman Vélez y los contertulios que deslumbran con su diálogo e inteligencia a quienes hemos tenido el privilegio de participar en esas épicas jornadas intelectuales. El concepto Triángulo Cafetero fue un invaluable aporte que permitió identificar un común denominador social, económico y cultural con el cual los tres departamentos se identifican.
Gracias a su obra hoy se engrandece la región donde muchos y entre ellos me encuentro, hemos situado tantos proyectos, tantos esfuerzos intelectuales, tantos sueños, tantos afectos acogidos por la generosidad de tantas instituciones y personas que nos han hecho sentir en casa.
Instituciones como Areandina, soñadas por visionarios como Gustavo Eastman Vélez y Pablo Oliveros Marmolejo, articuladas por mentes como la de Carlos Enrique Marín Vélez y consolidadas regional y nacionalmente por la juventud educadora representada en su rector y hoy presidente de la Asamblea General y Consejo Superior Carlos Patricio Eastman, nutridas por todos los participantes en la Cátedra Otto Morales Benítez tienen su historia escrita de manera magistral por la pluma insuperable de quien hoy se convierte en ausencia el irremplazable Miguel Álvarez de los Ríos.
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